Tío Tigre y Tío Conejo

Daniel Romero Pernalete

El atropello oficial les tumbó los libros. La rabia los sacó del aula y los puso en las calles. Y en el corazón de media Venezuela. Y en la conversación de todo el mundo. Los muchachos salieron respondones. Al gobierno le saltó la liebre de donde menos lo esperaba.

Una nueva dirigencia estudiantil le puso rostro a la protesta e inteligencia a la querella contra la demagogia y el abuso. Es probable que hayan cometido errores. Es normal en todo estreno. Es probable que no compartamos con ellos algunas concepciones. Es normal cuando la gente piensa.

La experiencia los irá tallando. Puliendo. La madera parece buena. Los muchachos tienen bien puestas las neuronas, bien limpias las manos y bien claras las voces. Tres cosas que no cuadran con el socialismo necrofílico de Hugo Chávez.

Los ataques de histeria del presidente y de sus diputados no son gratuitos. Ni los escupitajos de ministros y de otra fauna menor. El gobierno ha bufado, ha gruñido, ha aullado, ha coceado. Ha enseñado colmillos y garras. Parece que se le extravió el plan de vuelo.

Los calificativos que el gobierno ha vertido contra la dirigencia estudiantil no son muy originales que digamos. Forman parte de la cartilla de insultos que todo buen chavero debe manejar: oligarcas, lacayos del imperio, mercenarios de la CIA. traidores a la patria.

Cada injuria salida del gobierno es una especie de certificado de solvencia política y moral. Los muchachos crecen con cada improperio que les dedica Chávez o cualquiera de sus marionetas.

La emergente y legítima dirigencia estudiantil ha demostrado cualidades poco comunes en el escenario político actual: capacidad de convocatoria, prudencia, inteligencia, guáramo y astucia. Lo demostraron en la forma como evadieron la soga en el cadalso político que les había preparó la deslustradísima Asamblea Nacional.

Se ha desgastado mucha tecla analizando el asunto. Cobarde huida, dice la historia oficial. Jugada magistral, afirman algunos analistas desde esta acera. Imperdonable error, advierten algunos opinadores desde este lado del presente.

En mi inmodesta opinión fue una buena salida. Me atrevería a decir que la única. Con su actuación, los muchachos nos recordaron las historias de Tío Tigre y Tío Conejo. Dos ancestrales contrincantes que representan la fuerza bruta y la inteligencia. Respectivamente.

Allí estaba Tío Tigre, con los colmillos al aire y las garras desnudas. Saboreando por adelantado el preciado banquete. Salivando su victoria. Adentro, Cilia con sus verdugos. Afuera, Lina con sus sayones.

Vestidas y alborotadas se quedaron. Los muchachos les aguaron la fiesta. Hicieron lo que fueron a hacer y les tumbaron el libreto. Nos regalaron unos discursos estupendos e hicieron mutis con irreverente y simbólico gesto.

La presa se escapó a un paso de la olla. Como siempre lo hacía el Tío Conejo en los cuentos de antaño. Tío Tigre, también como en los cuentos, maldijo y dio zarpazos durante el resto del día.

Fue una hermosa faena esa de los muchachos. Como buenos toreros no se dieron topetazos con el toro. Le dieron tres pases de antología y cuadraron un par de banderillas de excepción. Y terminaron con desplante y todo. Tiraron las franelas y se marcharon. Como esos matadores que lanzan el capote al ruedo y se marchan corajudamente dando la espalda al toro.

Hugo Chávez quedó ajado y banderilleado. Tanto, que fue a buscar refugio entre las barbas de Fidel Castro.

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