Chávez el cargamuertos

Daniel Romero Pernalete

Hugo Chávez tiene vocación de cargamuertos. No hay cosa fenecida o agónica que él no pretenda echarse a sus espaldas. Trátese de un cadáver político, de un país en ruinas, de una empresa en quiebra, o de una ideología en avanzado estado de descomposición.

Todo vale para un hombre hambriento de afectos condicionales, sediento de reconocimientos prepagados, adicto al poder. Especialmente si la indulgencia se gana con escapulario de otro. Si los favores se hacen desde el bolsillo ajeno.

Chávez, por ejemplo, se echó al hombro a una Cuba comunista que apenas respiraba, y a un decrépito dictador que ha visto oxigenado el oprobioso régimen que impuso a sangre y fuego.

Todo a cuenta del tesoro público venezolano. Y a cambio de la bendición de Fidel Castro, chulo entre chulos, y de los aplausos de un grupito de trasnochados izquierdosos.

Chávez también lleva a cuestas la ineptitud certificada de Evo Morales en Bolivia, el país más pobre de Suramérica. Chávez paga por la supervivencia del régimen de un cocalero a quien nadie ha informado que es presidente de una nación soberana.

La vida vegetativa de Morales es costeada por Chávez con dinero venezolano, con el único propósito de expandir su poder personal en la región.

Otro muerto se ha sumado a la lista de mantenidos de Chávez: el bachiller Ortega, allá en Nicaragua, el país más pobre de Centroamérica. Después de casi dos décadas de su enterramiento político, Ortega vuelve al poder y se sostiene a punta de billete venezolano.

La berreada solidaridad internacional de Hugo Chávez, alimentada por la riqueza que pertenece a un pueblo que patalea en un mar de necesidades insatisfechas, oculta la intención de consolidar un pequeño imperio donde reine su incultura y sus agallas.

El cargamuertismo de Chávez se extiende al mundo de los negocios. Mantener lo que no sirve parece ser su consigna. Más de un capitalista vagabundo se ha puesto su franelita roja para venderle a Chávez los escombros de lo que fue su empresa, las tripas del pollo que se comió ayer.

Y ocurre internamente, y sucede fronteras afuera. Sin control ni seguimiento. Con el dinero de todos. Lo que a Chávez le importa es el gesto, el aplauso, la parafernalia que se arma alrededor de una falsa recuperación.

El síntoma más marcado de la necrofilia política de Chávez es su enamoramiento de doctrinas y conductas que la sensatez del mundo había sepultado.

Chávez pretende resucitar un centralismo político y administrativo, ya en franco desuso, para ajustar el manejo del poder a sus propias carencias y delirios. Y quiere restablecer el caudillismo como forma de relacionarse con la gente. Y restaurar el culto a la personalidad como mecanismo de control social

Pero hay un muerto más pesado, que los resume a todos. Esa cosa que llaman Socialismo del Siglo XXI y que no es sino una reedición del catálogo de errores en que se convirtieron las experiencias de ese tipo a lo largo y ancho del mundo: estatismo, clientelismo y corrupción.

El peso de todos los muertos que carga encima Hugo Chávez descansa sobre el cerro de dólares que el petróleo produce. Falta saber qué pasará con los muertos de Chávez cuando la bolsa se encoja.

Seria interesante saber qué pasará con Castro, con Morales o con Ortega. Y con los quebradores de empresas y los limosneros de aquí y de más allá… Y con el Socialismo del Siglo XXI ¿qué pasará?

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