Ahora vienen por los muchachos

Daniel Romero Pernalete

Autocracia y totalitarismo avanzan a paso de vencedores. El gobierno de Hugo Chávez tapona todos los respiraderos de la libertad en Venezuela. Asfixia los valores esenciales de la democracia. Pretende controlarlo todo.

Desde hace rato Hugo Chávez dirige personalmente todos los poderes. Chávez dicta sentencias a través de un sistema judicial complaciente y servil. Legisla por intermedio de una asamblea de obedientes nulidades. Da órdenes a un organismo electoral que teje fraudes a la medida de sus requerimientos.

Hace bastante tiempo que Chávez maneja sin cortapisas dos poderosos mecanismos de sometimiento y control social: el dinero y las armas. Con el primero manipula ambiciones y hambres. Con las últimas administra el terror.

A este poder, coercitivo y formal, se suma un aberrante culto a la personalidad, cuyos principales oficiantes son una élite política con pocas luces y una cúpula militar sin dignidad.

Con los hilos reforzados del poder en sus manos, Chávez y su jauría han salido a la caza de dos valiosas expresiones de la sociedad civil: los medios de comunicación y las organizaciones no gubernamentales

A los medios los acosan con restricciones arbitrarias. Con decisiones judiciales caprichosas. Con medidas fiscales atrabiliarias. Con ataques a instalaciones y a periodistas. Con abiertas amenazas por parte del propio presidente.

A las organizaciones no gubernamentales se las persigue. El ejecutivo las descalifica. La Fiscalía las acusa de cualquier cosa. La Asamblea Nacional las investiga. Se las castra con la Ley de Cooperación Internacional. Chávez no admite disidencias. Le han hecho creer que es infalible.

Los poderes públicos sometidos a su arbitrio, la renta petrolera a su disposición, las armas al alcance de sus ganas y la sociedad civil arrinconada, han envalentonado a Hugo Chávez. Chantajea y amenaza a discreción.

De la posición frente al gobierno dependen muchas cosas. La permanencia en un empleo oficial, por ejemplo. O el acceso a cualquier beneficio estatal. O el derecho a expresarse libremente. O el tono de los fallos judiciales. La libertad, incluso. Y hasta la vida a veces.

Todas estas formas de represión y de intimidación son fácilmente identificables. Porque son externas a la propia persona. No son, por lo tanto, las más peligrosas. Las más dañinas son aquellas que se instalan como esquemas mentales en la sesera de los individuos.

Y hacia allá apuntan las intenciones del gobierno. El Ministro de Educación lo ha confesado sin reparo. Quieren una educación al servicio de la revolución. Es decir, del chavismo. Una educación que produzca fanáticos en lugar de ciudadanos. Que fabrique vasallos en vez de hombres libres. Que entrene a la juventud para la guerra y no para el trabajo productivo.

Quieren que la nueva generación crezca creyendo que Chávez no se equivoca. Que el Che Guevara era casi un santo. Que Bolívar y Jesucristo eran socialistas. Que ser pobre es rentable. Que la violencia es la partera de la historia. Que el trueque es la mejor forma de intercambio. Y todas esas idioteces que pululan en el discurso de Hugo Chávez

El gobierno cierra el cerco. Ahora vienen por los muchachos. Y el tiempo empieza a escasear.

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