Chávez, un presidente tóxico

Daniel Romero Pernalete


Las toxinas son venenos que provocan daños en los cuerpos que las reciben. Hay sustancias tóxicas que afectan a los seres vivos. Y hay personas tóxicas que afectan a los grupos humanos.

Hay padres tóxicos que hacen insoportable la vida de la familia. Hay gerentes tóxicos que amargan la existencia de sus subordinados. Y hay presidentes tóxicos que vuelven insufribles los días de todo un país. Chávez, por ejemplo.

Cada alocución presidencial es un rociamiento de toxina. Una venenosa mezcla de odio, terror, desconcierto e incertidumbre que asfixia al ciudadano y al país.

Chávez ha envenenado la convivencia interna. Ha intoxicado al país con un odio que hace rato traspasó la epidermis para alojarse en las vísceras. Odio pocas veces disimulado. Odio que se ha venido transformando en inédita crueldad.

Es un odio de doble vía. Un odio que destruye vidas y libertades, por un lado. Un odio agazapado por el otro, en espera de la revancha. Es un odio que destruye nexos, y alimenta rencores. Un odio que perturba.

Chávez ha envenenado también las relaciones con países vecinos. Fomentando el odio de sus seguidores contra pueblos y líderes que no se han rendido ante su verbo ni ante sus dádivas.

Sin darse cuenta, Chávez alimenta otro odio. El odio contra los gobernantes chulos que se aprovechan de nuestras riquezas y contra los agentes que han invadido a Venezuela para perpetuar el parasitismo. Por desgracia, mucha gente extiende ese odio a todo el gentilicio.

La toxicidad del presidente no se queda en el odio. Chávez nos ha contaminado de un terror opresivo sistemático y vil. El terror de sentirse permanentemente acosado desde las listas inmorales del gobierno. El saber que un empleo o la simple agilización de un trámite depende de la marca que a uno le haya hecho el gobierno.

El ciudadano experimenta a diario el terror que produce el desamparo. Su estado de total indefensión. El sentirse a merced de delincuentes de toda catadura. El percibirse desasistido frente a un sistema judicial que a una seña de Chávez exculpa asesinos, justifica agresiones y condena por delitos de opinión.

El país entero vive el terror que provoca la imagen de las guerras anunciadas por el presidente. El miedo de que mañana los hijos de los pendejos rieguen con su sangre el camino por donde habrán de huir el guapetón y sus secuaces.

Chávez ha desarticulado el sistema de valores. Ha dejado al país sin referencias éticas. El diálogo ha dado paso a la intolerancia. La confrontación de ideas es ahora insulto. La riqueza mal habida se exhibe. La trampa se institucionaliza. El servilismo también. Pensar es casi un crimen. Cobrar sin trabajar, un deporte. La anomia está disolviendo al país.

Chávez nos ahoga en la incertidumbre. Nos ha dejado sin mañana. Nadie sabe lo que Chávez quiera hacer después de hoy con nuestro patrimonio individual o colectivo. Con nuestros trabajos o con nuestros hijos. La incertidumbre agobia.

Chávez emponzoñó a Venezuela. El país ha venido acumulando rabia. Rabia por el insulto cotidiano. Por las promesas incumplidas. Por la humillación diaria. Rabia de quien espera y se cansa. Rabia explosiva. Rabia que necesita cauces anchos y profundos… para que no se desborde.

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