Bochinche

Daniel Romero Pernalete

Uno viene de porrazo en porrazo. De calentera en calentera. De chichón en chichón. Movilizaciones traicionadas. Paros infructuosos. Referendos fraudulentos. Elecciones trucadas. Toda una sucesión de eventos protagonizados por un gamonal sin escrúpulos y una dirigencia opositora sin guáramo.

Desengañado, termina uno abandonando todo esfuerzo colectivo. Que cada quien se defienda como pueda. Que entable su pelea particular con el gobierno.

La oposición, sin liderazgo reconocido, acabó convertida en un archipiélago desarticulado de posiciones. Todos están contra el gobierno, pero nadie sabe con certeza hacia donde dirigir los dardos.

Me cuento entre quienes espontáneamente han preferido abstenerse antes que bailar el son que toca el comandante. Al margen de los llamados que temprano o tarde han hecho algunos dirigentes.

La cosa empieza a moverse y como que se abren nuevos horizontes. El huracán populista que recorre el continente ha bajado de categoría. La decepción de los desheredados empieza a hacer roncha. Las entrañas corruptas del régimen están quedando al aire. La voz del ungido no congrega ni emociona como antes…

Y uno llega a creer que es bueno retomar el quehacer colectivo. Rescatar la sinergia que produce el esfuerzo conjunto. Las elecciones presidenciales parecen una buena excusa para avanzar. Para sacudir resignaciones. Desde cualquier trinchera. E independientemente de los resultados.

La dirigencia opositora ha comenzado a meter bulla. Borges primero. Smith y Ojeda después. Luego Teodoro, cuyo lanzamiento tuvo objetivamente el mayor impacto. En alguna parte decidieron que había que escoger un candidato único y que la vía eran las primarias.

Siempre he tenido mis reservas con este mecanismo. Sobre todo en lo relacionado con el universo de los votantes. Pero al margen de las virtudes del mecanismo, da grima la utilización que de él está haciendo mucha gente.

Me explico. Uno cree que en tales primarias deberían competir aquellos individuos que de una u otra forma tienen un nicho electoral relativamente amplio. Teodoro, por su trayectoria y su solidez intelectual. Borges, por el empeño sostenido y el respaldo de un partido que se ha anotado algunas victorias. Y Rosales, por la ascendencia que desborda las fronteras del Zulia.

Pero lo que parecía un asunto serio se ha alborotado. La lista de precandidatos supera la docena. Algunos, reconocidos y capaces venezolanos pero sin auditorio alguno. Otros, profesionales de la política que, más que sumar, restan. Otros, absolutos desconocidos.

Algunos buscan, pienso yo, una excusa para que el gobierno no los persiga. Otros tratan de engordar sus hojitas de vida. Algunos, una oportunidad de negociar el montoncito de votos que controla. Otros, figuración a futuro.

Los asomados no dan muestras de sentido común. Salir directamente de su casa o su empresa a una contienda candidatural me parece, cuando menos, un desaguisado. De pronto, cualquiera se cree presidenciable. De repente, todos quieren salir en la foto. Esto le resta seriedad a cualquier intento unificador.

Y uno termina con las ganas aporreadas. Recordando a Miranda. Pensando que esta gente no sabe sino hacer bochinche.

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