¿Viva el Che? ¡Carajo!

Daniel Romero Pernalete

“¡Viva el Che, carajo!” Con esa expresión finalizó Hugo Chávez su intervención en la anticumbre. Fue el final apropiado para un discurso pendenciero, plagado de imprecaciones histéricas y de imprecisiones históricas. Allí, en la misma vitrina, se exhibió a Jesucristo, a Bolívar, a San Martín, a Evita, a Castro y al Che. Como en el tango “Cambalache”. Fue un discurso hecho por una mente desordenada y superficial. Un discurso hecho para hippies fosilizados, para bandidos sin causa, para románticos desinformados y para turistas de la revolución.

Hagamos a un lado las bufonadas del orador y sus bravuconadas de utilería. Sus fantasías megalómanas y su ristra de mentiras. Detengámonos en el final. En su orgásmica exaltación del Che. A casi cuarenta años de su muerte, la vida de Ernesto Guevara está lo suficientemente documentada como para andarle quemando incienso. La historia ha venido barriendo el mito. Sólo quedan residuos en algunos rincones, los más oscuros, de la sociedad contemporánea.

¿Cómo entender, entonces, los arrebatos guevaristas de Hugo Chávez? Solamente dos explicaciones caben: o Chávez es un redomado ignorante, o simplemente suscribe los desmanes del bandolero argentino. O ambas cosas al mismo tiempo.

Documentada está la estirpe sanguinaria de Guevara. Fueron muchas las ejecuciones sumarias de campesinos cubanos ordenadas por él en Sierra Maestra. Muchas de ellas materializadas por su propia mano. Numerosos y bien conocidos son los fusilamientos ordenados por Guevara durante los cuatro meses que dirigió “La Cabaña”. Pública fue su intervención en la Asamblea General de la ONU, cuando admitió, justificó y anunció la prórroga de los fusilamientos en Cuba. Una verdadera bofetada a la humanidad civilizada. Para ese tiempo, Guevara se sentía un pequeño dios, estrenando Olimpo, decidiendo quien vivía y quien no. ¿Desconoce Hugo Chávez esa parte de la historia? ¿O la avala?

Igualmente documentada, por su propios compañeros de lucha, está la soberbia cobardona de Ernesto Guevara. Insensible con sus subalternos, despiadado con el vencido, pero servil con los de arriba. Su incondicional sumisión frente Castro se parecía mucho al miedo. Al mismo miedo que mostró cuando lo capturaron en Bolivia. Cuando rogó que no lo mataran. Cuando argumentó que valía más vivo que muerto... Es probable que Castro pensara lo contrario, dicho sea de paso.

La crueldad, la soberbia y la cobardía no fueron los únicos rasgos de Guevara. Muchos de sus compañeros de lucha dan testimonio del profundo desprecio que sentía por los negros y los indígenas, a quienes se refería como la indiada ignorante. Muchos de sus compañeros destacan, así mismo, sus carencias como estratega militar. Carencias que demostró en el Congo y en Bolivia. En el monte, Guevara siempre fue un perdedor.

Tan falsa como su sensibilidad social y su genio militar resulta su solidaridad internacional. Su internacionalismo proletario no fue sino una excusa para dar salida a su instinto criminal sin que el gentilicio le hiciera peso. Recorrió buena parte de América y de Asia matando campesinos cubanos, “negritos” congoleses e “indiecitos” bolivianos. Sin que la sangre argentina salpicara sus botas. El mito se ha ido gradualmente consumiendo.

Loas a un espécimen como Guevara se pueden entender en un muchacho recién llegado a la arena política. O en un descocado montonero. O en algún agitador políticamente analfabeto. No en un jefe de estado. De un estado pretendidamente democrático. En pleno Siglo XXI... ¡Perdón! ¡Casi olvidaba aquello de las peras y el olmo!

09.11.05

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