ADULACIONES Y PATADAS

DANIEL ROMERO PERNALETE

Hipotecaron su seso. Alquilaron sus brazos. Le pusieron precio a su conciencia. Creo que es al acto más perverso de cuantos ha protagonizado Hugo Chávez: la juramentación de sus candidatos a la Asamblea Nacional. Los convocó para exigirles fidelidad. A cambio del cupo. Allí estuvieron todos. Agradecidos. Arrodillados. Comprometiéndose a lo que sea. Para que se haga la voluntad de su señor. Así en su tierra como en la ajena.

El gesto de los 380 candidatos se quedaría en una maloliente anécdota si no fuera por las atribuciones que la Constitución le asigna a la Asamblea Nacional. Aprobar y reformar las leyes. Modificar la Constitución. Designar el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral. Nombrar el Fiscal General, el Defensor del Pueblo y el Contralor General de la República. Y ejercer el control sobre el gobierno. ¡Casi nada! El dominio absoluto sobre sus mascotas le permite al autócrata hacer cualquier cosa. Por eso los escogió él. A su real saber y entender. Sin interferencias de nadie. Al margen de cualquier liderazgo regional. El chavismo es una religión monoteísta.

El acto de sumisión y entrega, amén de repudiable, raya en la inconstitucionalidad. En efecto, la Constitución, en su Artículo 201, establece que los diputados son representantes del pueblo y de los Estados en su conjunto. Y señala, textualmente, que no están sujetos a mandatos ni instrucciones, sino sólo a su conciencia. Y dice también que su voto en la Asamblea Nacional es personal. Nada más contrario al espíritu de esa Constitución que el acto en el cual Hugo Chávez le pide a sus escogidos lealtad para sí y para el proceso. Y se da el lujo de leerles la cartilla. Sus diez mandamientos.

Pena ajena sintió más de uno viendo aquel rebaño de borregos pastoreado por el Caudillo. Todos encerrados en el mismo corral. Rezando el mismo credo. Togados y analfabetos funcionales. Santurrones y malandros. Vivos y bobos. Unidos en un supremo acto de indignidad.

Este bochornoso acto tuvo sus coletazos. A los diputados cesanteados no les causó mucha gracia. Ni a quienes se quedaron en el círculo de espera. A unos los van a dar un carguito oficial. Premios de consolación. Y los presentaron en público, como animalitos amaestrados, sonriendo, agradeciendo la patada. Pobres diablos. Los otros, los inconformes, han llevado palo del bueno. Sin importar rango. Despacharon al Gobernador de Trujillo con apóstoles y todo. Y a Colina en Bolívar. Y a Ravanales en Nueva Esparta. Y a Di Angelo en Falcón. Ya Capela en Yaracuy. Y a López en Barinas. Y a Lara en Portuguesa. Y a Díaz, Carnevali y Calderón en Guárico... Como para que vean quien es el chivo con la vejiga más grande.

Estas expresiones de enfermizo autoritarismo se presentan en un escenario más amplio de intolerancia contra los propios seguidores. Allí está el sindicalista Ramón Machuca, perseguido por organizar una tibia protesta en Puerto Ordaz. Allí está el periodista Walter Martínez, botado y regañado por atreverse a decir lo que todo el mundo sabe: que el gobierno apaña la corrupción. Y allí estará todo el que se atreva a disentir del amo.

No sé si éstos sean los ruidos que preceden al deslave. Pero quienes siguen de aquel lado ya saben a que atenerse. Que vayan preparando el fundillo para la patada socialista. O el cogote para el garrotazo revolucionario. Aunque, si a ver vamos, cada quien tiene derecho a escoger la soga con la que va a ahorcarse.

25.09.05

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