DEMOCRACIA MÍNIMA

DANIEL ROMERO PERNALETE

El Vicepresidente Rangel, con el tono gris que caracteriza sus declaraciones, aseguró hace poco que en América Latina “no hay país más democrático que Venezuela”. Unos días más tarde, Hugo Chávez señaló en Lima que quien diga que en Venezuela no hay democracia “es un loco de atar, un ignorante absoluto y un malintencionado”... La cosa no es tan sencilla, pienso yo.

En un sentido amplio, la democracia es mucho más que un sistema de gobierno. Es una forma de vida. Los Jefes de Estado y Presidentes de Gobierno de Iberoamérica lo vienen pregonando de un tiempo para acá. En la Cumbre de Margarita (1997) identificaron incluso los valores y principios que sustentan la democracia como forma de vida:” tolerancia, pluralismo, derecho a la libre expresión, respeto a los derechos humanos, convivencia civilizada, diálogo, transparencia y responsabilidad de la gestión pública”. Tarea larguísima pero sencilla sería inventariar los atentados que contra esos valores y principios han protagonizado Hugo Chávez y sus acólitos a lo largo de los últimos seis años. La conclusión es obvia: en Venezuela la democracia como forma de vida no existe.

Deslegitimados en su desempeño, Chávez y su banda, se aferran a las formalidades. Al origen electoral de sus poderes. Confunden democracia con elecciones. Muchas elecciones son sinónimo de mucha democracia (como si la mona fuera menos mona porque se vista de seda). Veamos que eso tampoco es cierto.

Algunos teóricos (Norberto Bobbio, por ejemplo) definen la democracia como una serie de reglas procesales que permiten a los ciudadanos tomar decisiones, entre ellas las relacionadas con quienes habrán de gobernarlos. Es una definición restringida. “Mínima”, anuncia el propio Bobbio. Tal definición mínima requiere de tres indispensables condiciones: 1) un conjunto claro de reglas que determinan “quien” decide; 2) un “procedimiento” transparente a través del cual se decide, y 3) un espectro de “alternativas reales” que concurran en igualdad de condiciones bajo los auspicios de las libertades públicas y los derechos políticos individuales. Encaramados como estamos en un escenario electoral, esto equivale a precisar ”quien elige”, ”como elige” y ”entre que opciones elige”.

Acerquémonos a la primera condición. ¿”Quién” elige hoy en Venezuela? El Artículo 64 de la Constitución lo establece. Ese universo constitucional de electores debería reflejarse en el Registro Electoral Permanente. Hoy, sin embargo, en el REP no están todos los que son ni son todos los que están. El REP no es confiable, en otras palabras. Incluye varias veces a una misma persona (públicamente se ha denunciado), de forma tal que hay algunos venezolanos que son dos o tres veces más ciudadanos que otros. Incluye extranjeros sin cualidad de electores (hasta insurgentes llegados de vecinas latitudes). El REP ha sido objeto de abusivos traslados de votantes y de modificaciones ilegales de circunscripciones. Entonces, las reglas que determinan “quien” participa están torcidas, porque el universo que debe elegir es distinto al universo que efectivamente elige.

Hinquémosle ahora el diente al “procedimiento”. Está plagado de vicios. Las votaciones y escrutinios automatizados (y sin posibilidad de contrastar con el conteo físico) crean una bien fundada suspicacia. En realidad, no son los dispositivos y los sistemas automatizados los que generan desconfianza: son las manos que los operan. No es la hojilla: es el mono. Los cuadernos electrónicos, por otro lado, atentan contra el secreto del voto y se convierten en factor ilegítimo de presión y control. La observación internacional bobalicona y quebradiza no garantiza veeduría creíble. Todo esto bajo el paraguas de un árbitro electoral acomodado a los deseos del amo. Entonces, ¿son transparentes y confiables los “procedimientos” de elección? Definitivamente no.

Revisemos la última condición. Las “alternativas reales”. No existe igualdad de condiciones entre las opciones. Ejemplos sobran. El aberrante ventajismo del sector oficialista, que ha puesto descaradamente al servicio de sus intereses electorales inmensos recursos financieros, técnicos y humanos de instituciones públicas que se suponen patrimonio de todos. El chantaje vulgar hacia los beneficiarios de las limosnas del gobierno. El ahogamiento de la oposición política por vía de la descalificación y la persecución. La abusiva utilización de los medios de información oficial para aupar opciones propias y desvirtuar las ajenas. La ramplona, inmoral y directa compra de votos. Luego, ¿hay “alternativas reales”, igualadas en las condiciones de participación? Tampoco.

No cumpliéndose ni siquiera las mínimas condiciones para hablar de democracia, una conclusión parece ineludible: el loco, el ignorante y el malintencionado está del lado de adentro del chaleco antibalas.

22.07.05

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