¡Diputado, a tu curul!
Por Daniel Romero Pernalete
Se instalaron en sus curules hace apenas seis meses. Unos para seguir empujando al país hacia el barranco. Otros, con la intención de detener la marcha hacia la nada. Unos y otros se presentaron, sin medias tintas, como adalides de dos formas distintas de concebir el mundo. Apenas calentaban sus asientos cuando fueron alcanzados por la epidemia del eleccionismo. Sobreestimando en muchos casos su propio arraigo en las masas, brotaron las aspiraciones personales. Unos quieren ser alcaldes. Otros, gobernadores. Pocos, presidente. Casi la mitad de la Asamblea anda mirando hacia afuera. Confieso que me importan muy poco los afanes de la bancada oficialista, puesta allí por la voluntad de un hombre. Me preocupan los de esta acera, colocados allí por la decisión de la gente y contra los más oscuros pronósticos.
Recuerdo las crudas luchas y los difíciles acuerdos para conformar el line-up de la oposición para la Asamblea Nacional. El esfuerzo unitario permitió completar el cuadro. Y el 52% de los electores apostó por esa opción. Las mañas del gobierno hicieron que esa mayoría en la calle quedara en minoría puertas adentro. Pero una minoría bregadora. Una minoría en la que cada cual debió convencer a sus partidos y a sus electores para que concurrieran a votación y, además, pulsaran su opción. Una minoría, en promedio, mucho más calificada que la otra parte. A esa minoría la pusimos allí con muchas expectativas. Para contribuir con el rescate de la institucionalidad. Para frenar la grosera discrecionalidad del gobierno. Para revisar leyes inconstitucionales y promover otras necesarias… Para muchas cosas.
Pero resulta que ahora, sin aviso y sin protesto, nuestros diputados nos quieren dejar el pelero. Por su cuenta o mal aconsejados, abiertamente o en forma soterrada, con decisión o tímidamente, han manifestado sus aspiraciones para pelear por una alcaldía, una gobernación o la presidencia. Es una decisión que, como muchos, no suscribo. Ellos, aclaro, hacen uso de un legítimo derecho. Tan legítimo como el derecho a patalear que tenemos los electores.
Me preocupa el efecto desalentador que esta situación puede tener sobre un electorado tan esquivo como el nuestro. Un electorado que ayer salió a expresar su apoyo a quien creía que podría ser un buen legislador y hoy se entera de que su elegido ya no quiere seguir cumpliendo su tarea. Es como si, después de una penosa búsqueda, contratáramos a un plomero para que corrigiera una fuga de aguas blancas y al llegar a nuestra casa nos dijera que él prefiere arreglar el electrodoméstico que falleció con el último apagón. ¡Zapatero, a tus zapatos!, decían los abuelos cuando querían que alguien se concentrara en su tarea. ¡Diputado, a tu curul!, podríamos repetir hoy.
Pienso que, por otro lado, los conocimientos, habilidades y destrezas que debe tener un buen legislador son distintos de los que deben adornar a un buen alcalde, a un buen gobernador o a un buen presidente. No simpatizo con el toerismo. Con esa manía que tienen muchos dirigentes de creer que pueden servir para cualquier cosa. Como a mucha gente, no me convencen esos medicamentos que simultáneamente curan el dolor de espalda, bajan el colesterol, potencian la virilidad y evitan la caída del cabello.
La decisión de ciertos dirigentes de llevar la bandera en cualquier elección de cualquier nivel podría ser interpretada como una expresión de una ambición personal y/o de una debilidad de los partidos políticos que, obviando su responsabilidad de generar nuevos liderazgos, deben recurrir siempre al mismo comodín. Es como si un equipo de beisbol tuviera que recurrir siempre al mismo lanzador. Sin rotación ni relevo.
El país está en coma. La democracia se nos está evaporando. La gente no es tan ingenua como algunos creen. No podemos darnos el lujo de cometer los mismos errores que nos condujeron a Chávez o que nos han impedido prescindir de sus servicios.
@Romeropernalete
Se instalaron en sus curules hace apenas seis meses. Unos para seguir empujando al país hacia el barranco. Otros, con la intención de detener la marcha hacia la nada. Unos y otros se presentaron, sin medias tintas, como adalides de dos formas distintas de concebir el mundo. Apenas calentaban sus asientos cuando fueron alcanzados por la epidemia del eleccionismo. Sobreestimando en muchos casos su propio arraigo en las masas, brotaron las aspiraciones personales. Unos quieren ser alcaldes. Otros, gobernadores. Pocos, presidente. Casi la mitad de la Asamblea anda mirando hacia afuera. Confieso que me importan muy poco los afanes de la bancada oficialista, puesta allí por la voluntad de un hombre. Me preocupan los de esta acera, colocados allí por la decisión de la gente y contra los más oscuros pronósticos.
Recuerdo las crudas luchas y los difíciles acuerdos para conformar el line-up de la oposición para la Asamblea Nacional. El esfuerzo unitario permitió completar el cuadro. Y el 52% de los electores apostó por esa opción. Las mañas del gobierno hicieron que esa mayoría en la calle quedara en minoría puertas adentro. Pero una minoría bregadora. Una minoría en la que cada cual debió convencer a sus partidos y a sus electores para que concurrieran a votación y, además, pulsaran su opción. Una minoría, en promedio, mucho más calificada que la otra parte. A esa minoría la pusimos allí con muchas expectativas. Para contribuir con el rescate de la institucionalidad. Para frenar la grosera discrecionalidad del gobierno. Para revisar leyes inconstitucionales y promover otras necesarias… Para muchas cosas.
Pero resulta que ahora, sin aviso y sin protesto, nuestros diputados nos quieren dejar el pelero. Por su cuenta o mal aconsejados, abiertamente o en forma soterrada, con decisión o tímidamente, han manifestado sus aspiraciones para pelear por una alcaldía, una gobernación o la presidencia. Es una decisión que, como muchos, no suscribo. Ellos, aclaro, hacen uso de un legítimo derecho. Tan legítimo como el derecho a patalear que tenemos los electores.
Me preocupa el efecto desalentador que esta situación puede tener sobre un electorado tan esquivo como el nuestro. Un electorado que ayer salió a expresar su apoyo a quien creía que podría ser un buen legislador y hoy se entera de que su elegido ya no quiere seguir cumpliendo su tarea. Es como si, después de una penosa búsqueda, contratáramos a un plomero para que corrigiera una fuga de aguas blancas y al llegar a nuestra casa nos dijera que él prefiere arreglar el electrodoméstico que falleció con el último apagón. ¡Zapatero, a tus zapatos!, decían los abuelos cuando querían que alguien se concentrara en su tarea. ¡Diputado, a tu curul!, podríamos repetir hoy.
Pienso que, por otro lado, los conocimientos, habilidades y destrezas que debe tener un buen legislador son distintos de los que deben adornar a un buen alcalde, a un buen gobernador o a un buen presidente. No simpatizo con el toerismo. Con esa manía que tienen muchos dirigentes de creer que pueden servir para cualquier cosa. Como a mucha gente, no me convencen esos medicamentos que simultáneamente curan el dolor de espalda, bajan el colesterol, potencian la virilidad y evitan la caída del cabello.
La decisión de ciertos dirigentes de llevar la bandera en cualquier elección de cualquier nivel podría ser interpretada como una expresión de una ambición personal y/o de una debilidad de los partidos políticos que, obviando su responsabilidad de generar nuevos liderazgos, deben recurrir siempre al mismo comodín. Es como si un equipo de beisbol tuviera que recurrir siempre al mismo lanzador. Sin rotación ni relevo.
El país está en coma. La democracia se nos está evaporando. La gente no es tan ingenua como algunos creen. No podemos darnos el lujo de cometer los mismos errores que nos condujeron a Chávez o que nos han impedido prescindir de sus servicios.
@Romeropernalete
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