El verdugo negro de Chávez
Daniel Romero Pernalete
Cuando irrumpió en el escenario político nacional, Chávez encontró terreno abonado para su discurso redentor. Los errores de una dirigencia negligente y miope, más que el agotamiento de un modelo de país, fueron creando una inmensa deuda social que Chávez ofreció saldar. El verbo florido de un opaco militarcito encontró oídos y, con el paso del tiempo, votos suficientes para encaramarse en la presidencia de la República.
El camino parecía ancho y despejado para impulsar las transformaciones que Venezuela reclamaba. Tenía apoyo popular, anuencia institucional y respaldo internacional. A ello se sumó lo que, pudiendo ser soporte del proceso de cambios, terminó convertido en el dulce mal con el que está muriendo: el incremento sin precedentes del precio del petróleo.
El río de dólares que inundó al país le permitió a Chávez irrigar sin inconvenientes sus proyectos sociales, a través de los cuales pretendió cancelar la factura pendiente que el país le presentó. Limosnas al mayor y al detal, más corrupción de todas las tallas, marcaron esos intentos. Ni esfuerzo creativo ni orden en la casa hicieron falta. Los dólares alcanzaban para taponar torpezas y marramuncias.
Así, la abundancia de reales impidió que la revolución echara raíces profundas. Igual que sucede con los sembradíos. Cuando la siembra es reciente y el tiempo es bueno, las plantas desarrollan raíces superficiales, porque su alimento está allí mismito. Cuando las condiciones son adversas, las pequeñas plantas, en busca de nutrientes, hunden profundamente sus raíces en la tierra y se aferran a la vida. Cuando llega la ventisca, se lleva a las primeras. Las últimas pueden resistirla.
Una revolución montada sobre la abundancia se va con el primer ventarrón. La crisis apenas ha enseñado los dientes y a la revolución ya le tiemblan las piernas. El banquete de los vividores y los corruptos se empieza a encoger. Las migajas que dejaban caer para los pobres de siempre empiezan a escasear. Los bandidos no tardarán en abandonar la fiesta. El descontento popular, orejano aún, seguirá subiendo cerros. Chávez no entendió el compromiso. Era mucho pedirle.
Hacia afuera el panorama es similar. Compró, a punta de generosas dádivas, el respaldo de unos cuantos chulos que ya no vendrán a lamerle las botas al dueño de un hueso que ya no tiene carne. Sólo se acercarán los chulitos menores (Orteguita, Evito, Correíta y Raulito) porque no tienen para donde coger.
El petróleo, ayer su aliado, será con el tiempo el verdugo de Chávez. Disminuidos sus recursos, carcomida su popularidad y quebrantados sus amoríos internacionales, Chávez y su revolución de utilería tienen sus meses contados. Independientemente de los resultados del referendo reprobatorio de la enmienda inconstitucional (del otro lado lo llaman referendo aprobatorio de la enmienda constitucional).
Ahora, sería bien sabroso que el tipo se fuera con otro revolcón en su historial, con un sonoro “no” el 15 de febrero, con otro chichón en su enfermizo ego.
10-02-2009
Cuando irrumpió en el escenario político nacional, Chávez encontró terreno abonado para su discurso redentor. Los errores de una dirigencia negligente y miope, más que el agotamiento de un modelo de país, fueron creando una inmensa deuda social que Chávez ofreció saldar. El verbo florido de un opaco militarcito encontró oídos y, con el paso del tiempo, votos suficientes para encaramarse en la presidencia de la República.
El camino parecía ancho y despejado para impulsar las transformaciones que Venezuela reclamaba. Tenía apoyo popular, anuencia institucional y respaldo internacional. A ello se sumó lo que, pudiendo ser soporte del proceso de cambios, terminó convertido en el dulce mal con el que está muriendo: el incremento sin precedentes del precio del petróleo.
El río de dólares que inundó al país le permitió a Chávez irrigar sin inconvenientes sus proyectos sociales, a través de los cuales pretendió cancelar la factura pendiente que el país le presentó. Limosnas al mayor y al detal, más corrupción de todas las tallas, marcaron esos intentos. Ni esfuerzo creativo ni orden en la casa hicieron falta. Los dólares alcanzaban para taponar torpezas y marramuncias.
Así, la abundancia de reales impidió que la revolución echara raíces profundas. Igual que sucede con los sembradíos. Cuando la siembra es reciente y el tiempo es bueno, las plantas desarrollan raíces superficiales, porque su alimento está allí mismito. Cuando las condiciones son adversas, las pequeñas plantas, en busca de nutrientes, hunden profundamente sus raíces en la tierra y se aferran a la vida. Cuando llega la ventisca, se lleva a las primeras. Las últimas pueden resistirla.
Una revolución montada sobre la abundancia se va con el primer ventarrón. La crisis apenas ha enseñado los dientes y a la revolución ya le tiemblan las piernas. El banquete de los vividores y los corruptos se empieza a encoger. Las migajas que dejaban caer para los pobres de siempre empiezan a escasear. Los bandidos no tardarán en abandonar la fiesta. El descontento popular, orejano aún, seguirá subiendo cerros. Chávez no entendió el compromiso. Era mucho pedirle.
Hacia afuera el panorama es similar. Compró, a punta de generosas dádivas, el respaldo de unos cuantos chulos que ya no vendrán a lamerle las botas al dueño de un hueso que ya no tiene carne. Sólo se acercarán los chulitos menores (Orteguita, Evito, Correíta y Raulito) porque no tienen para donde coger.
El petróleo, ayer su aliado, será con el tiempo el verdugo de Chávez. Disminuidos sus recursos, carcomida su popularidad y quebrantados sus amoríos internacionales, Chávez y su revolución de utilería tienen sus meses contados. Independientemente de los resultados del referendo reprobatorio de la enmienda inconstitucional (del otro lado lo llaman referendo aprobatorio de la enmienda constitucional).
Ahora, sería bien sabroso que el tipo se fuera con otro revolcón en su historial, con un sonoro “no” el 15 de febrero, con otro chichón en su enfermizo ego.
10-02-2009
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