Ganarle a Chávez como en Japón
Daniel Romero Pernalete
Hay que ganar por nocaut. O por lo menos por paliza. Así decía la gente, en la época de oro del boxeo venezolano, cuando algún púgil criollo iba a pelear a Japón. Ganar en Japón implicaba lidiar con el contendor, con los fanáticos del contendor, con el árbitro, con los jueces, con los organizadores y con la prensa nipona. Con todos y contra todo.
En tales condiciones, una pelea cerrada brindaba a los jueces la oportunidad de mostrar, con absoluta desvergüenza, su parcialidad por el japonés. La única garantía de victoria era dar una demostración de superioridad tan amplia que imposibilitara la trampa.
Cuando en la pelea estaba en juego un título mundial, la cosa se ponía más dura. Así, las opciones para el aspirante criollo eran dos: no pelear (y que el título quedara en manos del otro) o echar el resto (lo que por lo menos le daba la oportunidad de titularse).
Algo parecido ocurre con el referendo aprobatorio (reprobatorio, prefiero pensar) de la enmienda reeleccionista de Hugo Chávez. El sector opositor, que no se ha dejado naricear, enfrenta un proceso lleno de retos. Debe hacer frente a Chávez y a todos los recursos del Estado delictivamente puestos al servicio del déspota.
Debe hacer frente también a la jauría de diputados que salieron a morder canillas. A un Consejo Nacional Electoral que ve por un solo ojo. A un Tribunal Supremo de Justicia que no ve por ninguno. A una Fuerza Armada inconstitucionalmente parcializada. Al malandraje armado que Chávez amamanta.
Igual que los boxeadores de ayer, la gente que hoy cree en la democracia tiene dos opciones: no pelear, abrumado por el ventajismo oficial (y dejar al país eternamente en manos de un psicópata) o salir a dar la pelea (dura y desigual, pero que por lo menos ofrece la posibilidad de asear del futuro).
En ese escenario, un resultado cerrado podría facilitar la consumación de algunas trampas que tuerzan la decisión de la gente. Por eso hay que esforzarse por obtener y defender una amplia ventaja. Una ventaja que impida que la suma de posibles triquiñuelas la supere. No hay de otra.
Dejarse arrastrar por el escepticismo, dejarse contagiar por la modorra de cierta dirigencia política, dejarse apabullar por los abusos gubernamentales, tirar la toalla, no salir para el siguiente round, es dejar el país a los bandidos que lo han destruido. A los vividores de siempre. A los traficantes del voto. A los cultivadores de la mediocridad. A los promotores del odio. A los desquiciados que conciben la violencia como único argumento.
Talvez ese sea el futuro que deseen los que prefieren vivir de la limosna antes que producir legítima riqueza. Los que por comodidad prefieren vivir perpetuamente obligados a vestir de rojo y hacer bulto en las marchas oficialistas. Los que prefieren repetir que pensar. Los que prefieren hijos y nietos domesticados antes que hombres libres… Me resisto a creer que esos sean mayoría en la tierra de Bolívar.
Uno tiene la esperanza de que las reservas morales del país aún no se hayan agotado. Para poder ganarle a Chávez como en Japón.
Hay que ganar por nocaut. O por lo menos por paliza. Así decía la gente, en la época de oro del boxeo venezolano, cuando algún púgil criollo iba a pelear a Japón. Ganar en Japón implicaba lidiar con el contendor, con los fanáticos del contendor, con el árbitro, con los jueces, con los organizadores y con la prensa nipona. Con todos y contra todo.
En tales condiciones, una pelea cerrada brindaba a los jueces la oportunidad de mostrar, con absoluta desvergüenza, su parcialidad por el japonés. La única garantía de victoria era dar una demostración de superioridad tan amplia que imposibilitara la trampa.
Cuando en la pelea estaba en juego un título mundial, la cosa se ponía más dura. Así, las opciones para el aspirante criollo eran dos: no pelear (y que el título quedara en manos del otro) o echar el resto (lo que por lo menos le daba la oportunidad de titularse).
Algo parecido ocurre con el referendo aprobatorio (reprobatorio, prefiero pensar) de la enmienda reeleccionista de Hugo Chávez. El sector opositor, que no se ha dejado naricear, enfrenta un proceso lleno de retos. Debe hacer frente a Chávez y a todos los recursos del Estado delictivamente puestos al servicio del déspota.
Debe hacer frente también a la jauría de diputados que salieron a morder canillas. A un Consejo Nacional Electoral que ve por un solo ojo. A un Tribunal Supremo de Justicia que no ve por ninguno. A una Fuerza Armada inconstitucionalmente parcializada. Al malandraje armado que Chávez amamanta.
Igual que los boxeadores de ayer, la gente que hoy cree en la democracia tiene dos opciones: no pelear, abrumado por el ventajismo oficial (y dejar al país eternamente en manos de un psicópata) o salir a dar la pelea (dura y desigual, pero que por lo menos ofrece la posibilidad de asear del futuro).
En ese escenario, un resultado cerrado podría facilitar la consumación de algunas trampas que tuerzan la decisión de la gente. Por eso hay que esforzarse por obtener y defender una amplia ventaja. Una ventaja que impida que la suma de posibles triquiñuelas la supere. No hay de otra.
Dejarse arrastrar por el escepticismo, dejarse contagiar por la modorra de cierta dirigencia política, dejarse apabullar por los abusos gubernamentales, tirar la toalla, no salir para el siguiente round, es dejar el país a los bandidos que lo han destruido. A los vividores de siempre. A los traficantes del voto. A los cultivadores de la mediocridad. A los promotores del odio. A los desquiciados que conciben la violencia como único argumento.
Talvez ese sea el futuro que deseen los que prefieren vivir de la limosna antes que producir legítima riqueza. Los que por comodidad prefieren vivir perpetuamente obligados a vestir de rojo y hacer bulto en las marchas oficialistas. Los que prefieren repetir que pensar. Los que prefieren hijos y nietos domesticados antes que hombres libres… Me resisto a creer que esos sean mayoría en la tierra de Bolívar.
Uno tiene la esperanza de que las reservas morales del país aún no se hayan agotado. Para poder ganarle a Chávez como en Japón.
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