Chávez: buche y pluma nomás

Daniel Romero Pernalete

Quiere que lo vean grande e invencible. Señor del cielo y de la tierra. Todopoderoso y omnipresente. Por eso intimida y amenaza. Presiona y chantajea. Sofoca. Fastidia. Se burla de la Constitución y de Bolívar. Hace lo que le da la gana... Sus desplantes y arrebatos, sin embargo, son pura fachada. Pastillaje sin bizcocho. Buche y pluma no más, como cantaba la Lupe.

No se había borrado aún la tinta del meñique por las elecciones regionales cuando Chávez inició la cruzada por su reelección. Los siervos de la Asamblea Nacional salieron en tropel a aplaudirle la gracia. El TSJ se la bendijo. El CNE se la sazonó.

El apresurado despliegue de ambiciones, por un lado, y de complacencias por otro, fue percibido por algunos como una demostración de fuerza y de arrojo. Nada de eso. La valentía no es una de las cualidades de Chávez. Los temblequeos del 4 de febrero y la llantina del 11 de abril lo evidencian. A Chávez lo enculilla el riesgo. Es de los que le zapatea al perro cuando sabe que está amarrado.

En efecto, con la enmienda reeleccionista, Chávez no arriesga nada. Si el país se la niega, Chávez se iría en enero de 2013. Igualito que si no hubiera propuesto enmienda alguna. Como quien compra un boleto para una rifa y si no obtiene el premio le devuelven el valor del tique

Por otro lado, el apresuramiento por iniciar la campaña enmendadora no viene de una hipotética fuerza demostrada en las elecciones de diciembre. Por el contrario, es producto de la merma percibida en su poder de convocatoria. Chávez, además, sabe que la crisis mundial le empieza a roer las patas. Que los ingresos petroleros se encogen, y con ellos las posibilidades de repartir limosnas. Sabe que se verá obligado a tomar medidas impopulares.

Por si fuera poco, Chávez está conciente de que las importantes posiciones alcanzadas por la unidad opositora en las elecciones de diciembre pueden convertirse en vitrinas que, por contraste, pongan en evidencia la ineptitud del funcionariado oficialista.

Chávez sabe, en dos platos, que el tiempo corre en su contra. Para después era muy tarde. El apresuramiento es producto del temor. Del temor a la gente. Al rechazo. Del temor al dedo índice erecto entre los otros dedos recogidos. Y de un temor paragua que los arropa a todos: el temor a ser enjuiciado por los delitos cometidos cuando deje el poder y quede desnudo de inmunidad.

El santo le sigue dando la espalda. Con cada movimiento, Chávez se hunde más en su propio estercolero. Invocó a Bolívar y se le apareció el Diablo. Desdiciéndose obscenamente, invitó al festín reeleccionista a todo funcionario electo y la gente frunció el ceño. Adornó la pregunta de la enmienda con guinditas jurídicas para cazar pendejos y lo que ha hecho es espantarlos.

Es mentira que Chávez tenga hoy apoyo mayoritario para su pretendida enmienda. Si tuviera ese respaldo no hubiera mandado a sus bandas armadas a sembrar el terror. Ni ordenado reprimir al movimiento estudiantil. Ni hiciera el ridículo desfigurado el concepto de alternabilidad. Ni tuviera que sabotear la gestión de los gobernadores y alcaldes no oficialistas… Quien se siente seguro no patea la mesa. Ni bota el mingo.

La presunta fortaleza de Chávez es mera apariencia. Chávez es un tigre de cartón (con las patotas húmedas, además). Un muñeco inflable (con varios huequitos por donde sale el aire, por añadidura)… Y él sabe que la gente lo sabe.

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