La fauna de Chávez
Daniel Romero Pernalete
A medida que Chávez desbroza el camino hacia su utopía totalitaria, va precisándose el perfil de quienes lo acompañan: una fauna de diverso pellejo y de típicos hábitos. Y de muy previsible conducta cuando llegue la hora del desbarrancamiento.
A Chávez, en efecto, lo acompañan algunos dinosaurios. Desde que existen, estos ejemplares se han alimentado de mentiras. Siempre han estado equivocados y lo seguirán estando. Nunca enderezarán sus ramas. Ayer soñaban con un futuro rojo y hoy suspiran por un rojo pasado.
La historia pasó la página del socialismo real, pero ellos no se percataron. No asumieron el cambio del ambiente. Se estaban extinguiendo, hasta que Chávez les estiró el aliento. Cuando Chávez esté de ida, los dinosaurios lo mirarán pasar. Y quedarán como pieza de museo.
Los becerros mamones también abundan alrededor de Chávez. No tienen ideología porque les cuesta mucho. No son de aquí ni son de allá. Ayer vivieron de los negocios con el gobierno. Hoy hacen lo mismo. Para ellos lo importante es la ubre, no el color de la vaca.
Los becerros mamones dicen que no se meten en política. Aclaran que negocian con el Estado y no con el gobierno. La lealtad no se cuenta entre sus vicios. Cuando a Chávez se le acerque su sábado, irán entre berridos a buscar nuevas ubres. Para ellos, sin teta no hay paraíso. Y no van a arriesgar piel ni fortuna.
Los cuervos también revolotean sobre Chávez. Se especializan en sacar los ojos de quienes los criaron. Son los adecos y los copeyanos de ayer, que hoy posan en las ramas del chavismo. Hasta hace poco se caían a trompadas con quien dijera que Lusinchi tenía mala bebida. O pedían la excomunión de quien dijera que Dios era más grande que Caldera.
Hoy le caen a mordiscos a quien no crea en la infalibilidad de Chávez. Protegen sus flaquezas con una gorra roja, por ahora. Pero ellos saben las vueltas que da el mundo. Cuando Chávez camine hacia el calvario, lo negarán tres veces antes de que el primer gallo se despierte.
Alrededor de Chávez también pastan borregos. Los que tienen flojera de pensar y prefieren la seguridad del rebaño. Están con el que tenga mayoría. Se distinguen de los becerros mamones porque no participan del festín. Y a diferencia de los cuervos, nunca han tenido marca de partidos.
Este sector conserva su cerebro como nuevo. Para ellos es más cómodo dejarse arrastrar por la corriente. Ser pendejo también tiene su encanto. Cuando a Chávez le llegue su cuarto de hora, los borregos se quedarán mirando. Esperando el próximo pastor que los arree
Las palomitas rojas también son fauna clave en el proceso. Consumen migajas y excretan votos. Hacen sus nidos en las puertas de cualquier organismo oficial, en espera de una beca por hacer nada, o de un crédito que nunca devolverán. O de una bolsita de comida.
Las palomitas rojas viven de la limosna irresponsable del gobierno. Cuando la bolsa cambie de dueño, cambiarán el plumaje. Y voltearán con la mano extendida hacia el nuevo dador.
Y por fin… ¡las pirañas! Los únicos que se ahogarán con Hugo Chávez. Porque nunca tuvieron nada ni fueron nadie. La revolución los encumbró, los puso donde había. Devoraron las arcas del Estado. Se comieron la institucionalidad del país. Esos sí dan la vida por el proceso. Porque después de Chávez los espera la nada. O las rejas.
Hoy, Chávez anda muy mal acompañado. Mañana estará prácticamente solo.
A medida que Chávez desbroza el camino hacia su utopía totalitaria, va precisándose el perfil de quienes lo acompañan: una fauna de diverso pellejo y de típicos hábitos. Y de muy previsible conducta cuando llegue la hora del desbarrancamiento.
A Chávez, en efecto, lo acompañan algunos dinosaurios. Desde que existen, estos ejemplares se han alimentado de mentiras. Siempre han estado equivocados y lo seguirán estando. Nunca enderezarán sus ramas. Ayer soñaban con un futuro rojo y hoy suspiran por un rojo pasado.
La historia pasó la página del socialismo real, pero ellos no se percataron. No asumieron el cambio del ambiente. Se estaban extinguiendo, hasta que Chávez les estiró el aliento. Cuando Chávez esté de ida, los dinosaurios lo mirarán pasar. Y quedarán como pieza de museo.
Los becerros mamones también abundan alrededor de Chávez. No tienen ideología porque les cuesta mucho. No son de aquí ni son de allá. Ayer vivieron de los negocios con el gobierno. Hoy hacen lo mismo. Para ellos lo importante es la ubre, no el color de la vaca.
Los becerros mamones dicen que no se meten en política. Aclaran que negocian con el Estado y no con el gobierno. La lealtad no se cuenta entre sus vicios. Cuando a Chávez se le acerque su sábado, irán entre berridos a buscar nuevas ubres. Para ellos, sin teta no hay paraíso. Y no van a arriesgar piel ni fortuna.
Los cuervos también revolotean sobre Chávez. Se especializan en sacar los ojos de quienes los criaron. Son los adecos y los copeyanos de ayer, que hoy posan en las ramas del chavismo. Hasta hace poco se caían a trompadas con quien dijera que Lusinchi tenía mala bebida. O pedían la excomunión de quien dijera que Dios era más grande que Caldera.
Hoy le caen a mordiscos a quien no crea en la infalibilidad de Chávez. Protegen sus flaquezas con una gorra roja, por ahora. Pero ellos saben las vueltas que da el mundo. Cuando Chávez camine hacia el calvario, lo negarán tres veces antes de que el primer gallo se despierte.
Alrededor de Chávez también pastan borregos. Los que tienen flojera de pensar y prefieren la seguridad del rebaño. Están con el que tenga mayoría. Se distinguen de los becerros mamones porque no participan del festín. Y a diferencia de los cuervos, nunca han tenido marca de partidos.
Este sector conserva su cerebro como nuevo. Para ellos es más cómodo dejarse arrastrar por la corriente. Ser pendejo también tiene su encanto. Cuando a Chávez le llegue su cuarto de hora, los borregos se quedarán mirando. Esperando el próximo pastor que los arree
Las palomitas rojas también son fauna clave en el proceso. Consumen migajas y excretan votos. Hacen sus nidos en las puertas de cualquier organismo oficial, en espera de una beca por hacer nada, o de un crédito que nunca devolverán. O de una bolsita de comida.
Las palomitas rojas viven de la limosna irresponsable del gobierno. Cuando la bolsa cambie de dueño, cambiarán el plumaje. Y voltearán con la mano extendida hacia el nuevo dador.
Y por fin… ¡las pirañas! Los únicos que se ahogarán con Hugo Chávez. Porque nunca tuvieron nada ni fueron nadie. La revolución los encumbró, los puso donde había. Devoraron las arcas del Estado. Se comieron la institucionalidad del país. Esos sí dan la vida por el proceso. Porque después de Chávez los espera la nada. O las rejas.
Hoy, Chávez anda muy mal acompañado. Mañana estará prácticamente solo.
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