Chávez: ¿Superman forever?

Daniel Romero Pernalete

Hugo Chávez se cree omnipotente y único. Omnisciente e imprescindible. Omnipresente y eterno. Sus aduladores alimentan el ego descontrolado del autócrata. Unos lo llaman padre. Otros le erigen monumentos. Otros se someten agradecidos a sus humillaciones. Y algunos le encomiendan su espíritu.

Chávez ha terminado por creerse un mesías que llegó para librarnos de pecados. Una versión latina de superman que tiene la misión de salvar a la humanidad de yo no sé que cosa.

Chávez desprecia a todos cuantos le rodean. No necesita de nadie. No admite sombra alguna. No quiere que nadie se le acerque, a menos que lo haga de rodillas. Ya no es, como solía decir, una brizna de paja en el huracán revolucionario. Hoy se siente huracán.

Los demás estorban, y poco a poco los ha venido marginando. Con la Ley Habilitante, por ejemplo, dejó a la Asamblea Nacional como elemento meramente decorativo. Ahora él hace las leyes. A su leal pero escaso saber y entender. Ése era el propósito de la citada Ley: apartar de un plumazo a más de ciento sesenta diputados

Chávez quiere, así mismo, fracturar las alas de cualquier aspirante a sucederlo. No quiere competencia potencial. Para eso promueve la reforma constitucional, cuyo único objetivo es alzarse de por vida con la presidencia de Venezuela. Ya decidirá a quien le deja los poderes cuando le dé la gana de morirse.

A Chávez le estorban también gobernadores y alcaldes. Cualquier autócrata que se respete rechaza toda delegación de poder. Necesita anular ese segmento medio de los poderes públicos, no importa cuan fieles le sean. Para neutralizarlos, inventó la nueva geometría del poder. Desde donde él esté, decidirá el destino del más remoto de nuestros caseríos.

A Hugo Chávez le incomodan los dirigentes políticos que puedan discrepar de sus caprichos. A él se le obedece o se le hace caso. No hay otra opción. De allí nace su afán por el partido único, donde él decida lo que debe pensar, sentir y hacer cada militante. Por eso quiere bajar del autobús a unos cuantos aliados que hasta ayer le sostuvieron de escalera.

Para terminar de controlarlo todo, Chávez ahora quiere eliminar los sindicatos. Los líderes sindicales perturban su proyecto. No importan si llevan cachucha roja. No quiere autonomía de nada ni de nadie. No acepta puente alguno entre él y la gente.

Su desbocada ambición ha llevado a Chávez, en síntesis, a eliminar todo tipo de intermediación. El vínculo debe ser directo entre el pequeño dios y sus creyentes. No hacen falta sacerdotes ni sacristanes. Él sólo se basta. Quiere sentirse imprescindible e insustituible.

Chávez quiere decidirlo todo. Que no se mueva una hoja sin su consentimiento. Que nada ocurra a espaldas del líder. Chávez cree saberlo de todo. Se considera infalible. Y para sus locuras sólo pide un amén. Chávez pretende ser ubicuo. Vigilarlo todo. Controlarlo todo.

Ahí está una de las raíces de su ineficiencia. Ninguna organización, y menos un país, puede funcionar cuando una misma persona tiene que decidirlo todo, controlarlo todo, saberlo todo. Por eso cada día se le enreda más la soga en el pescuezo

Chávez, mañoso, ha emprendido la huida hacia adelante. Quiere anular con tiempo todo cuestionamiento desde sus propias filas. Quiere reinar solo y para siempre. El Superman barrigón y mofletudo no quiere cerca ninguna criptonita que lo debilite. Ninguna figurilla que pueda atraer la mirada de un pueblo cuya paciencia ha empezado a escasear.

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