La patria: un invento perverso
Daniel Romero Pernalete
“¡Patria, socialismo o muerte!” grazna Hugo Chávez. “¡Patria socialismo o muerte!”, responde el coro de sus aduladores. “¡Patria, socialismo o muerte!” repite el eco de la ignorancia planificada.
Me niego, como muchos, a aceptar la muerte como promesa política. A admitir el socialismo chavista como forma de vida. Me niego a digerir el concepto de patria con el que Chávez suele chantajearnos.
Patriotas son, para Hugo Chávez, los que piensan como él. Los que ladran como él. Los que se amoldan a sus desquiciamientos. Los ilotas que le rinden culto. Los que prestan su voz para que él hable.
La patria es él. Él la resume y la representa. La patria (o sea, él) exige sacrificios. La patria (es decir, él) reclama sumisión. Toda acción que a él se oponga es traición a la patria. Toda crítica a él es ofensa a la patria.
La patria siempre ha sido un concepto perverso. Por los lados de América, la patria ha sido excusa para quitar la vida o entregarla. Argumento esencial para atrapar idiotas. No creo en patriotismos en esta hora del mundo.
Todo patriotismo discrimina. Otorga privilegios a quienes el azar puso a nacer dentro de las mismas fronteras. Y se los niega a otros que nacieron más allá de esa línea imaginaria, artificial y caprichosa
El patriotismo separa. Cubre con un barniz de superioridad a quienes comparten una misma nacionalidad. Y la similitud que produce el ser socializados con los mismos patrones se transforma en motivo para segregar a otros.
El patriotismo castra. El patriota se alimenta de consignas que no se pueden cuestionar. Bolívar era un genio y Páez era un estorbo, al decir de Hugo Chávez. Eso no se discute. Pensar no es de patriotas. Ya Don Simón Rodríguez lo dejaba bien claro: “No hay una cosa más patriota que un tonto”
El patriotismo turba la visión. No deja ver al otro, o comprenderlo. La ceguera aprendida impide distinguir al ser humano que se esconde detrás de otras costumbres, de otro idioma, de otras creencias.
El patriotismo es una excusa para encender conflictos. Para dejar salir los más bajos instintos. No en balde Bernard Shaw sostenía que nunca se tendría un mundo tranquilo hasta que se extirpara el patriotismo en la raza humana.
El patriotismo engaña. Vende tres frases de Bolívar, de San Martín, de O’Higgins, de Martí, y obliga a repetirlas al caletre para ocultar con pretéritas glorias las incapacidades del presente.
Chávez y su corte de zánganos, han sembrado al país de un patriotismo estúpido. Bolivariana es la República, bolivariano el socialismo, bolivarianas las escuelas y más de una alcaldía… Bolivariana es cualquier bolsería que a Chávez se le ocurra.
Misiones y comandos del gobierno, llevan nombres de héroes y batallas: Robinson, Sucre, Ribas, Miranda, Santa Inés o Vuelvan Caras. Del lado oficialista se llaman compatriotas entre ellos.
La defensa de la patria es gargarismo habitual entre los oficiantes del chavismo. Por eso se apertrechan de fusiles y forman soldaditos de cartón. La patria se desliza en todos los discursos, ya del dueño del circo, ya de los maromeros.
Todo apunta a reforzar el mito de la patria, la estafa de la patria. En un intento por fabricar rebaños y domesticar la individualidad. Por rescatar lealtades y desviar descontentos.
La patria es un invento que nunca me ha gustado. Me siento más cercano a un buen hombre extranjero que a un asesino criollo o a un tirano.
“¡Patria, socialismo o muerte!” grazna Hugo Chávez. “¡Patria socialismo o muerte!”, responde el coro de sus aduladores. “¡Patria, socialismo o muerte!” repite el eco de la ignorancia planificada.
Me niego, como muchos, a aceptar la muerte como promesa política. A admitir el socialismo chavista como forma de vida. Me niego a digerir el concepto de patria con el que Chávez suele chantajearnos.
Patriotas son, para Hugo Chávez, los que piensan como él. Los que ladran como él. Los que se amoldan a sus desquiciamientos. Los ilotas que le rinden culto. Los que prestan su voz para que él hable.
La patria es él. Él la resume y la representa. La patria (o sea, él) exige sacrificios. La patria (es decir, él) reclama sumisión. Toda acción que a él se oponga es traición a la patria. Toda crítica a él es ofensa a la patria.
La patria siempre ha sido un concepto perverso. Por los lados de América, la patria ha sido excusa para quitar la vida o entregarla. Argumento esencial para atrapar idiotas. No creo en patriotismos en esta hora del mundo.
Todo patriotismo discrimina. Otorga privilegios a quienes el azar puso a nacer dentro de las mismas fronteras. Y se los niega a otros que nacieron más allá de esa línea imaginaria, artificial y caprichosa
El patriotismo separa. Cubre con un barniz de superioridad a quienes comparten una misma nacionalidad. Y la similitud que produce el ser socializados con los mismos patrones se transforma en motivo para segregar a otros.
El patriotismo castra. El patriota se alimenta de consignas que no se pueden cuestionar. Bolívar era un genio y Páez era un estorbo, al decir de Hugo Chávez. Eso no se discute. Pensar no es de patriotas. Ya Don Simón Rodríguez lo dejaba bien claro: “No hay una cosa más patriota que un tonto”
El patriotismo turba la visión. No deja ver al otro, o comprenderlo. La ceguera aprendida impide distinguir al ser humano que se esconde detrás de otras costumbres, de otro idioma, de otras creencias.
El patriotismo es una excusa para encender conflictos. Para dejar salir los más bajos instintos. No en balde Bernard Shaw sostenía que nunca se tendría un mundo tranquilo hasta que se extirpara el patriotismo en la raza humana.
El patriotismo engaña. Vende tres frases de Bolívar, de San Martín, de O’Higgins, de Martí, y obliga a repetirlas al caletre para ocultar con pretéritas glorias las incapacidades del presente.
Chávez y su corte de zánganos, han sembrado al país de un patriotismo estúpido. Bolivariana es la República, bolivariano el socialismo, bolivarianas las escuelas y más de una alcaldía… Bolivariana es cualquier bolsería que a Chávez se le ocurra.
Misiones y comandos del gobierno, llevan nombres de héroes y batallas: Robinson, Sucre, Ribas, Miranda, Santa Inés o Vuelvan Caras. Del lado oficialista se llaman compatriotas entre ellos.
La defensa de la patria es gargarismo habitual entre los oficiantes del chavismo. Por eso se apertrechan de fusiles y forman soldaditos de cartón. La patria se desliza en todos los discursos, ya del dueño del circo, ya de los maromeros.
Todo apunta a reforzar el mito de la patria, la estafa de la patria. En un intento por fabricar rebaños y domesticar la individualidad. Por rescatar lealtades y desviar descontentos.
La patria es un invento que nunca me ha gustado. Me siento más cercano a un buen hombre extranjero que a un asesino criollo o a un tirano.
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