El Bicho y las oposiciones
Daniel Romero Pernalete
Chávez avanza hacia su socialismo como elefante en cristalería. Derribando los estantes de la institucionalidad democrática. Destrozando a su paso los fundamentos constitucionales de la República. Quebrando la paciencia de los venezolanos.
Hace rato que Chávez se tragó la independencia de los poderes públicos. Hace rato que aplastó la imparcialidad de la Fuerza Armada. Hace rato que cubrió de bosta la tolerancia política. Hace rato que se llevó por delante la sanidad de la economía.
Hace rato, en síntesis, que Chávez suministra insumos para la discusión académica y política. Para las conversaciones de sobremesa.
Al ciudadano de a pie le venían importando muy poco esos asuntos. Para unos, esas preocupaciones eran disipadas por la beca, el contrato o la limosna. A otros les bastaba con desviar la mirada y esconderse tras un mutismo sin compromiso.
Desde hace unas semanas, sin embargo, el escenario se ha desordenado. La preocupación está subiendo cerros. Caperucita Roja ha empezado a preguntarse porqué la abuelita tiene los dientes tan grandes.
En efecto, mucho militante de base frunció el ceño cuando lo amenazaron con el partido único. A mucho funcionario de mediano rango se le fueron las piernas cuando anunciaron el recorte de sueldos. Mucho incontaminado empresario sintió maripositas en la panza con los afanes estatizadores de Hugo Chávez.
A buena parte de la clase media le espantaron el sueño los planes educativos de la revolución. Las medidas económicas del gobierno tienen a media Venezuela entre el salario y la pared. A más de un militar no le gusta la idea de entregar el resuello por un indefinido socialismo.
Se quejan los buhoneros que ayer eran intocables y hoy estorban. Y la gente del barrio donde ahora no caen las migajas. Proliferan los conatos de incendio. La decepción corre inflamable por las calles.
El solo descontento, empero, no tumba gobierno. Es condición necesaria pero no suficiente para eyectar tiranos. La frustración debe ser canalizada. Y la rabia convertida en palanca. Y el miedo en golpe de remo.
Para impulsar el cambio se requiere estructura y estrategia. Y la sinergia que surge del esfuerzo coordinado… Pero nuestras oposiciones siguen enredadas en sus viejas rencillas. Echándose sal en antiguas heridas. Malgastando esfuerzos en luchas intestinas.
Un sector se entretiene arrancando jirones de pellejo a quienes encabezaron la lucha electoral. El otro se divierte clavándole los dientes a quienes promovieron la abstención.
Algunos aún se complacen condenando a los dirigentes del paro petrolero. Otros todavía pierden tiempo jorungando las tripas de los militares de la Plaza Altamira. Otros se pelean por el cascarón vacío de lo que fue o pudo ser un partido político.
Mientras nos enseñamos los dientes unos a otros, el elefante avanza sembrando el caos. Y nadie se prepara para recoger el descontento.
Hay que poner los pies sobre el futuro. Que cada sector agarre su argumento y lo apunte hacia el Bicho. No contra el compañero de ruta que escogió otro argumento con iguales propósitos.
No es unidad de mando lo que la gente pide en esta hora. Es unidad de metas y suma de esfuerzos. El adversario está en la acera de enfrente. Hay que organizar voluntades en este lado de la calle. Y el asunto es ahora. Después será muy tarde. Después sólo habrá escombros. Y el dedo acusador de las generaciones que vienen.
Chávez avanza hacia su socialismo como elefante en cristalería. Derribando los estantes de la institucionalidad democrática. Destrozando a su paso los fundamentos constitucionales de la República. Quebrando la paciencia de los venezolanos.
Hace rato que Chávez se tragó la independencia de los poderes públicos. Hace rato que aplastó la imparcialidad de la Fuerza Armada. Hace rato que cubrió de bosta la tolerancia política. Hace rato que se llevó por delante la sanidad de la economía.
Hace rato, en síntesis, que Chávez suministra insumos para la discusión académica y política. Para las conversaciones de sobremesa.
Al ciudadano de a pie le venían importando muy poco esos asuntos. Para unos, esas preocupaciones eran disipadas por la beca, el contrato o la limosna. A otros les bastaba con desviar la mirada y esconderse tras un mutismo sin compromiso.
Desde hace unas semanas, sin embargo, el escenario se ha desordenado. La preocupación está subiendo cerros. Caperucita Roja ha empezado a preguntarse porqué la abuelita tiene los dientes tan grandes.
En efecto, mucho militante de base frunció el ceño cuando lo amenazaron con el partido único. A mucho funcionario de mediano rango se le fueron las piernas cuando anunciaron el recorte de sueldos. Mucho incontaminado empresario sintió maripositas en la panza con los afanes estatizadores de Hugo Chávez.
A buena parte de la clase media le espantaron el sueño los planes educativos de la revolución. Las medidas económicas del gobierno tienen a media Venezuela entre el salario y la pared. A más de un militar no le gusta la idea de entregar el resuello por un indefinido socialismo.
Se quejan los buhoneros que ayer eran intocables y hoy estorban. Y la gente del barrio donde ahora no caen las migajas. Proliferan los conatos de incendio. La decepción corre inflamable por las calles.
El solo descontento, empero, no tumba gobierno. Es condición necesaria pero no suficiente para eyectar tiranos. La frustración debe ser canalizada. Y la rabia convertida en palanca. Y el miedo en golpe de remo.
Para impulsar el cambio se requiere estructura y estrategia. Y la sinergia que surge del esfuerzo coordinado… Pero nuestras oposiciones siguen enredadas en sus viejas rencillas. Echándose sal en antiguas heridas. Malgastando esfuerzos en luchas intestinas.
Un sector se entretiene arrancando jirones de pellejo a quienes encabezaron la lucha electoral. El otro se divierte clavándole los dientes a quienes promovieron la abstención.
Algunos aún se complacen condenando a los dirigentes del paro petrolero. Otros todavía pierden tiempo jorungando las tripas de los militares de la Plaza Altamira. Otros se pelean por el cascarón vacío de lo que fue o pudo ser un partido político.
Mientras nos enseñamos los dientes unos a otros, el elefante avanza sembrando el caos. Y nadie se prepara para recoger el descontento.
Hay que poner los pies sobre el futuro. Que cada sector agarre su argumento y lo apunte hacia el Bicho. No contra el compañero de ruta que escogió otro argumento con iguales propósitos.
No es unidad de mando lo que la gente pide en esta hora. Es unidad de metas y suma de esfuerzos. El adversario está en la acera de enfrente. Hay que organizar voluntades en este lado de la calle. Y el asunto es ahora. Después será muy tarde. Después sólo habrá escombros. Y el dedo acusador de las generaciones que vienen.
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