Dignidad en saldo rojo
Daniel Romero Pernalete
Nefasto ha resultado el amancebamiento de un líder sin escrúpulos y unos seguidores sin dignidad. Ese infeliz maridaje está arruinando a Venezuela. Ha destruido su economía. Ha quebrado su institucionalidad democrática. Y la ha dejado huérfana de valores trascendentes.
La dignidad escasea en los alrededores de Hugo Chávez. Escasea, verbigracia, en un gabinete de nariceadas nulidades, incapaces de cuestionar una orden insana, atados como están a su papel de siervos incoloros.
No abunda la dignidad por los lados del Poder Moral. ¡Menuda contradicción! Fiscal, Contralor y Defensor del Pueblo compiten por complacer los deseos de Hugo Chávez. Lúgubre trinidad. Tres personas distintas y una sola indignidad verdadera.
No hay dignidad alguna debajo de una toga y un birrete que hacen de la justicia en Venezuela un ejercicio de genuflexión, un acto permanente de pasmosa sumisión a los caprichos de Hugo Chávez Frías.
Y si uno vuelve la mirada hacia la Asamblea Nacional el panorama es tétrico. Parece que no queda rastro de dignidad en las curules. A ningún diputado como que lo avergüenza eso de transferirle al Presidente sus facultades para legislar, razón de ser de todo parlamento.
¿No habrá en el Capitolio un solo diputado que sienta el compromiso con quienes lo eligieron? ¿Uno solo siquiera que se niegue a festejar, arrodillado, los arrebatos inconstitucionales de Hugo Chávez? ¿Uno solo que se ruborice de cobrar sin trabajar?
No hay una pizca de dignidad en un gobernador que se apura a poner a la orden de Hugo Chávez su cargo, su salario y hasta la superficie de su estado, para que el Jefe pueda ordenar a su antojo el territorio de la República. ¡Como si tierra y gente fueran suyos!
¿No queda dignidad en líderes locales con ascendencia propia, para defender su capital político de los delirios hegemónicos de Hugo Chávez? ¿Amarrarán, por déficit de guáramo, su destino al destino de un patán?
¿Puede haber dignidad en un viejo partido que se apea de su historia para treparse al carro de un único partido, con un único líder, con un único dedo que señale el camino? No puede haber. No hay.
La dignidad parece que es una cosa rara en los cuarteles. No hay dignidad en unas marionetas, embutidas en verdes, que aplauden a dos manos las arbitrariedades del Comandante en Jefe. ¡Que dignidad va a haber en unos generales que escupen en la cara de la gente su vil consigna de Socialismo o Muerte!
Muy poca dignidad cabe en un empresario que pone el calzador a sus negocios para que entre la pata de Hugo Chávez. Y poca dignidad hay en la gente que debe pernoctar frente a algún banco, estirada la mano para aceptar la dádiva humillante.
Exigua dignidad hay en un cura que cambia el evangelio por un texto de Marx. Que vuelve la homilía un acto de vulgar adulación al Jefe. Que se olvida de Cristo para besar las botas de Hugo Chávez.
La dignidad se arruga dentro de algún artista que hipoteca su pluma o su teclado, su garganta o su paleta, por hacerle comparsa a un iletrado que le acaricia el lomo.
No existe dignidad en un docente que pervierte la historia para ajustarla al paladar de Chávez. Que acepta sin protesto su rol de doctrinero de anacrónicas forma de comprender el mundo.
Cuando se haga el balance de la gestión de Chávez, el saldo será rojo. Pero el saldo más rojo será en la cuenta de la dignidad. ¡Y cómo va a costar superar ese déficit!
Nefasto ha resultado el amancebamiento de un líder sin escrúpulos y unos seguidores sin dignidad. Ese infeliz maridaje está arruinando a Venezuela. Ha destruido su economía. Ha quebrado su institucionalidad democrática. Y la ha dejado huérfana de valores trascendentes.
La dignidad escasea en los alrededores de Hugo Chávez. Escasea, verbigracia, en un gabinete de nariceadas nulidades, incapaces de cuestionar una orden insana, atados como están a su papel de siervos incoloros.
No abunda la dignidad por los lados del Poder Moral. ¡Menuda contradicción! Fiscal, Contralor y Defensor del Pueblo compiten por complacer los deseos de Hugo Chávez. Lúgubre trinidad. Tres personas distintas y una sola indignidad verdadera.
No hay dignidad alguna debajo de una toga y un birrete que hacen de la justicia en Venezuela un ejercicio de genuflexión, un acto permanente de pasmosa sumisión a los caprichos de Hugo Chávez Frías.
Y si uno vuelve la mirada hacia la Asamblea Nacional el panorama es tétrico. Parece que no queda rastro de dignidad en las curules. A ningún diputado como que lo avergüenza eso de transferirle al Presidente sus facultades para legislar, razón de ser de todo parlamento.
¿No habrá en el Capitolio un solo diputado que sienta el compromiso con quienes lo eligieron? ¿Uno solo siquiera que se niegue a festejar, arrodillado, los arrebatos inconstitucionales de Hugo Chávez? ¿Uno solo que se ruborice de cobrar sin trabajar?
No hay una pizca de dignidad en un gobernador que se apura a poner a la orden de Hugo Chávez su cargo, su salario y hasta la superficie de su estado, para que el Jefe pueda ordenar a su antojo el territorio de la República. ¡Como si tierra y gente fueran suyos!
¿No queda dignidad en líderes locales con ascendencia propia, para defender su capital político de los delirios hegemónicos de Hugo Chávez? ¿Amarrarán, por déficit de guáramo, su destino al destino de un patán?
¿Puede haber dignidad en un viejo partido que se apea de su historia para treparse al carro de un único partido, con un único líder, con un único dedo que señale el camino? No puede haber. No hay.
La dignidad parece que es una cosa rara en los cuarteles. No hay dignidad en unas marionetas, embutidas en verdes, que aplauden a dos manos las arbitrariedades del Comandante en Jefe. ¡Que dignidad va a haber en unos generales que escupen en la cara de la gente su vil consigna de Socialismo o Muerte!
Muy poca dignidad cabe en un empresario que pone el calzador a sus negocios para que entre la pata de Hugo Chávez. Y poca dignidad hay en la gente que debe pernoctar frente a algún banco, estirada la mano para aceptar la dádiva humillante.
Exigua dignidad hay en un cura que cambia el evangelio por un texto de Marx. Que vuelve la homilía un acto de vulgar adulación al Jefe. Que se olvida de Cristo para besar las botas de Hugo Chávez.
La dignidad se arruga dentro de algún artista que hipoteca su pluma o su teclado, su garganta o su paleta, por hacerle comparsa a un iletrado que le acaricia el lomo.
No existe dignidad en un docente que pervierte la historia para ajustarla al paladar de Chávez. Que acepta sin protesto su rol de doctrinero de anacrónicas forma de comprender el mundo.
Cuando se haga el balance de la gestión de Chávez, el saldo será rojo. Pero el saldo más rojo será en la cuenta de la dignidad. ¡Y cómo va a costar superar ese déficit!
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