Bolívar con franela roja
Daniel Romero Pernalete
Bolívar, era chavista, si nos atenemos al parloteo de Chávez y a la miopía de un país que desconoce su pasado.
La historia, es cierto, ha mitificado la figura de Bolívar. Ha hecho divino lo que era humano. Más allá de la bruma, sin embargo, se descubre un hombre de histórica estatura. Aún con sus flaquezas y sus yerros.
Inflado por ignorancia, o reducido a su peso neto, Bolívar llega a nosotros como una inevitable referencia. De su fuente han bebido hombres notables, pero también lo han hecho alimañas de cualquier pelaje.
Por algún atávico motivo, Bolívar siempre ha sido un instrumento útil para dictadores de distinta especie. Ha sido escudo para encubrir desvaríos. Y ha sido lanza para imponer verdades.
Chávez, amparado en un difuso entender colectivo, ha pretendido reinventar a Bolívar para ajustarlo a sus requerimientos.
Primero lo deforma a golpes de nesciencia, para después tratar de perecérsele.
Y se copia un discurso del Siglo XIX para justificar sus tropelías del Siglo XXI. Y le da martillazos aquí y allá al legado de Bolívar para que pueda calzar en su proyecto.
El deseo de imitarlo alcanza enfermizas dimensiones. Para estar a la altura del Libertador, Chávez inventa un juramento en San Mateo, como réplica de otro invento: el juramento de Bolívar en el Monte Sacro. Allí, según su propia fantasía, juró Chávez libertar otra vez a Venezuela.
Con la misma vehemencia con la que Bolívar retó al imperio español, Chávez desafía hoy a los gringos. Aunque con menos guáramo: aquél lo enfrentaba con acciones, éste usa el insulto, y a prudente distancia.
Inepto como es para las cosas grandes, Chávez pretende convertir sus parroquiales pujos en insumos para la historia. Para él y sus secuaces, Carabobo y Ayacucho deslucen frente al alzamiento del 4 de febrero.
Como se ha dado cuenta de que por más que se hinche no pesa los quilates de Bolívar, opta por devaluarlo, por acercarlo a él. La lógica es sencilla: si no logra parecerse al grande hombre, pues que Bolívar se parezca a él.
Ha comenzado por estropear el pensamiento del Libertador para convertirlo en precursor del Socialismo de yo no sé que siglo. Casi en un militante de su partido único.
Así, ha preparado un menjurje al que ha bautizado como socialismo bolivariano, que es casi como hablar de un círculo cuadrado. Marx y Bolívar en una misma olla. Agua y aceite en la misma botella.
Pero para el dictadorzuelo todo vale a la hora de pescar idiotas que conocen de oídas a Bolívar y ni siquiera saben quien fue Marx.
Ya no es Chávez quien adopta una bolivarianismo de dudosa hechura. Ahora es Bolívar quien, sin poder defenderse, es forzado a pensar como piensa Hugo Chávez.
La transfiguración de Bolívar va un poco más allá. Chávez se empeña hoy en sacarle la sangre española al Libertador. Ahora quiere convertirlo en zambo. Bembón y con el pelo ensortijado. Toda una cirugía antiestética para que el pobre se parezca a Chávez.
Chávez se siente hoy más grande que el Libertador. Parece que el papel de Bolívar en la historia fue el de anunciarlo. Bolívar ha sido degradado a la condición de profeta. Una especie de Juan Bautista del Caudillo.
Dueño como se cree del país y su historia, Chávez no ha tenido reparo en ponerle a Bolívar una franela roja. Puede que hasta aparezca algún intelectual oficialista con alguna proclama de Bolívar donde diga “¡Uh, ah, Chávez no se va!”
Bolívar, era chavista, si nos atenemos al parloteo de Chávez y a la miopía de un país que desconoce su pasado.
La historia, es cierto, ha mitificado la figura de Bolívar. Ha hecho divino lo que era humano. Más allá de la bruma, sin embargo, se descubre un hombre de histórica estatura. Aún con sus flaquezas y sus yerros.
Inflado por ignorancia, o reducido a su peso neto, Bolívar llega a nosotros como una inevitable referencia. De su fuente han bebido hombres notables, pero también lo han hecho alimañas de cualquier pelaje.
Por algún atávico motivo, Bolívar siempre ha sido un instrumento útil para dictadores de distinta especie. Ha sido escudo para encubrir desvaríos. Y ha sido lanza para imponer verdades.
Chávez, amparado en un difuso entender colectivo, ha pretendido reinventar a Bolívar para ajustarlo a sus requerimientos.
Primero lo deforma a golpes de nesciencia, para después tratar de perecérsele.
Y se copia un discurso del Siglo XIX para justificar sus tropelías del Siglo XXI. Y le da martillazos aquí y allá al legado de Bolívar para que pueda calzar en su proyecto.
El deseo de imitarlo alcanza enfermizas dimensiones. Para estar a la altura del Libertador, Chávez inventa un juramento en San Mateo, como réplica de otro invento: el juramento de Bolívar en el Monte Sacro. Allí, según su propia fantasía, juró Chávez libertar otra vez a Venezuela.
Con la misma vehemencia con la que Bolívar retó al imperio español, Chávez desafía hoy a los gringos. Aunque con menos guáramo: aquél lo enfrentaba con acciones, éste usa el insulto, y a prudente distancia.
Inepto como es para las cosas grandes, Chávez pretende convertir sus parroquiales pujos en insumos para la historia. Para él y sus secuaces, Carabobo y Ayacucho deslucen frente al alzamiento del 4 de febrero.
Como se ha dado cuenta de que por más que se hinche no pesa los quilates de Bolívar, opta por devaluarlo, por acercarlo a él. La lógica es sencilla: si no logra parecerse al grande hombre, pues que Bolívar se parezca a él.
Ha comenzado por estropear el pensamiento del Libertador para convertirlo en precursor del Socialismo de yo no sé que siglo. Casi en un militante de su partido único.
Así, ha preparado un menjurje al que ha bautizado como socialismo bolivariano, que es casi como hablar de un círculo cuadrado. Marx y Bolívar en una misma olla. Agua y aceite en la misma botella.
Pero para el dictadorzuelo todo vale a la hora de pescar idiotas que conocen de oídas a Bolívar y ni siquiera saben quien fue Marx.
Ya no es Chávez quien adopta una bolivarianismo de dudosa hechura. Ahora es Bolívar quien, sin poder defenderse, es forzado a pensar como piensa Hugo Chávez.
La transfiguración de Bolívar va un poco más allá. Chávez se empeña hoy en sacarle la sangre española al Libertador. Ahora quiere convertirlo en zambo. Bembón y con el pelo ensortijado. Toda una cirugía antiestética para que el pobre se parezca a Chávez.
Chávez se siente hoy más grande que el Libertador. Parece que el papel de Bolívar en la historia fue el de anunciarlo. Bolívar ha sido degradado a la condición de profeta. Una especie de Juan Bautista del Caudillo.
Dueño como se cree del país y su historia, Chávez no ha tenido reparo en ponerle a Bolívar una franela roja. Puede que hasta aparezca algún intelectual oficialista con alguna proclama de Bolívar donde diga “¡Uh, ah, Chávez no se va!”
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