Chávez adicto
Daniel Romero Pernalete
Hugo Chávez, no hay dudas, es adicto al poder. El poder lo estimula, lo energiza, lo erotiza. Como todo adicto, Chávez necesita dosis cada vez mayores de poder. Y los arrebatos que éste le produce son cada día más patéticos.
Su adicción al poder, como cualquier otra, deforma sus percepciones, perturba sus emociones, enturbia su discernimiento.
El apoyo trampeado que permitió su reelección, le ha llenado de una soberbia asfixiante y pastosa. Desde su cómoda irresponsabilidad ha escupido, en cadena nacional, los egos adulantes de vicepresidentes y ministros. Ha fustigado su ineficiencia, como si estuvieran allí por alguna voluntad que no fuera la suya. Como si él estuviera por encima de la ineptitud de sus sirvientes.
Desde su empapelada ignorancia ha irrespetado a algunas figuras fundamentales de nuestra vida republicana. Como si la victoria electoral le hubiera convertido en árbitro supremo de la historia. Ahora se ha dedicado a sembrar discordias hasta entre los huéspedes del Panteón Nacional.
Su adicción al poder lo ha llevado a sentirse imprescindible. Se considera condición necesaria y suficiente para la evolución del país. Disfruta de la pleitesía que le rinden sus incondicionales. Y del temor que su bilis inspira. Y del agradecimiento que la dádiva provoca.
Su intoxicación lo hace creerse por encima de leyes y constituciones. Juega a las marionetas con fiscales, magistrados, procuradores, contralores, diputados, defensores y jueces. Sus caprichos son ley y se obedecen. Sus delitos son normas a seguir.
Tan imprescindible se supone que ahora pretende eternizarse. Como para garantizarse sus dosis de poder a largo plazo. Ya por ahí anda más de un tinterillo incubando el engendro de la reelección indefinida.
Víctima de su insania, quiere extender sus babosos tentáculos por medio mundo. Como si Venezuela le quedara pequeña. Se cree el elegido de los dioses para salvar al mundo. Y goza arrodillando gobiernitos a punta de petróleo y de chantajes. Las ínfulas de Hugo Chávez tienen origen psicótico, aunque se ponga el atuendo de solidaridad internacional.
La última expresión de su adicción al poder es el intento de Chávez de anular la tenue diversidad política que aún sobrevive en su entorno. El partido único, del cual será evidente timonel, es expresión de ese afán por controlarlo todo. En el templo del chavismo sólo se prenden velas en el altar mayor.
Algunos viejos partidos, achacosos y desnutridos, donan su historia para alimentar la nueva criatura. Otros partiditos, muriendo de mocezuelo, se ofrecen en sacrificio para dar vida a las alucinaciones de Hugo Chávez.
Otras organizaciones, de cierta presencia política, han sido puestas entre el billete y la pared. O se someten a su voluntad, como lo ha dicho el propio Chávez, o abandonan la orgía.
Como el tiburón toro, Hugo Chávez y su MVR, terminarán comiéndose a sus propios hermanos. Su partido único servirá de corral para domesticar voluntades. De chiquero, donde se revuelquen la corrupción y las malas mañas.
De boyeriza, donde pasten los talentos castrados de más de un intelectual. De gallinero, donde compitan cobardías y cacareos. De establo, donde pazcan los mendigos de siempre. De jaula, donde resida más de una paloma que quiso ser gavilán.
Dicen que todas las adicciones son una especie de suicidio por entregas. Amanecerá y veremos.
Hugo Chávez, no hay dudas, es adicto al poder. El poder lo estimula, lo energiza, lo erotiza. Como todo adicto, Chávez necesita dosis cada vez mayores de poder. Y los arrebatos que éste le produce son cada día más patéticos.
Su adicción al poder, como cualquier otra, deforma sus percepciones, perturba sus emociones, enturbia su discernimiento.
El apoyo trampeado que permitió su reelección, le ha llenado de una soberbia asfixiante y pastosa. Desde su cómoda irresponsabilidad ha escupido, en cadena nacional, los egos adulantes de vicepresidentes y ministros. Ha fustigado su ineficiencia, como si estuvieran allí por alguna voluntad que no fuera la suya. Como si él estuviera por encima de la ineptitud de sus sirvientes.
Desde su empapelada ignorancia ha irrespetado a algunas figuras fundamentales de nuestra vida republicana. Como si la victoria electoral le hubiera convertido en árbitro supremo de la historia. Ahora se ha dedicado a sembrar discordias hasta entre los huéspedes del Panteón Nacional.
Su adicción al poder lo ha llevado a sentirse imprescindible. Se considera condición necesaria y suficiente para la evolución del país. Disfruta de la pleitesía que le rinden sus incondicionales. Y del temor que su bilis inspira. Y del agradecimiento que la dádiva provoca.
Su intoxicación lo hace creerse por encima de leyes y constituciones. Juega a las marionetas con fiscales, magistrados, procuradores, contralores, diputados, defensores y jueces. Sus caprichos son ley y se obedecen. Sus delitos son normas a seguir.
Tan imprescindible se supone que ahora pretende eternizarse. Como para garantizarse sus dosis de poder a largo plazo. Ya por ahí anda más de un tinterillo incubando el engendro de la reelección indefinida.
Víctima de su insania, quiere extender sus babosos tentáculos por medio mundo. Como si Venezuela le quedara pequeña. Se cree el elegido de los dioses para salvar al mundo. Y goza arrodillando gobiernitos a punta de petróleo y de chantajes. Las ínfulas de Hugo Chávez tienen origen psicótico, aunque se ponga el atuendo de solidaridad internacional.
La última expresión de su adicción al poder es el intento de Chávez de anular la tenue diversidad política que aún sobrevive en su entorno. El partido único, del cual será evidente timonel, es expresión de ese afán por controlarlo todo. En el templo del chavismo sólo se prenden velas en el altar mayor.
Algunos viejos partidos, achacosos y desnutridos, donan su historia para alimentar la nueva criatura. Otros partiditos, muriendo de mocezuelo, se ofrecen en sacrificio para dar vida a las alucinaciones de Hugo Chávez.
Otras organizaciones, de cierta presencia política, han sido puestas entre el billete y la pared. O se someten a su voluntad, como lo ha dicho el propio Chávez, o abandonan la orgía.
Como el tiburón toro, Hugo Chávez y su MVR, terminarán comiéndose a sus propios hermanos. Su partido único servirá de corral para domesticar voluntades. De chiquero, donde se revuelquen la corrupción y las malas mañas.
De boyeriza, donde pasten los talentos castrados de más de un intelectual. De gallinero, donde compitan cobardías y cacareos. De establo, donde pazcan los mendigos de siempre. De jaula, donde resida más de una paloma que quiso ser gavilán.
Dicen que todas las adicciones son una especie de suicidio por entregas. Amanecerá y veremos.
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