¿Y cuando estén solos, solitos?
Daniel Romero Pernalete
Los dos candidatos cerraron sus campañas. Ambos comandos quisieron dar las últimas demostraciones de fuerza. La asistencia a los eventos, sin duda, ha llenado las expectativas de cada sector… Pero muchas veces la fuerza no puede medirse en números.
Puede que en las concentraciones de cada aspirante se haya congregado un número parecido de cuerpos. Pero no el mismo número de almas. No fue igual la pasión y el entusiasmo. Cuestión de calidad, podría decirse.
Con Rosales andaba un mar de personas en cuerpo y alma, manifestando con entusiasmo su adhesión a una posibilidad de cambio. Con el otro andaba un río de cuerpos, pero no de almas. La mitad, por lo menos, de los asistentes a sus actos ni siquiera prestaban oídos a los gritos destemplados de Chávez. Las imágenes televisivas eran elocuentes.
Rosales navegaba en un mar multicolor y espontáneo de trajes y banderas. El otro se paseaba sobre pozos de uniformados cuerpos rojos, obligados a agitar la misma banderita y a repetir las consignas de siempre. La encarnada monocromía provocaba bostezos.
Con Rosales estaban un montón de personas que, venciendo amenazas y restricciones del gobierno, llegaban por sus propios medios para juntar su esperanza con miles de esperanzas. Con el otro estaba un montón de cuerpos, desanimados muchos, transportados, para hacer bulto, desde apartadas regiones del país.
Hace ya varias semanas que se han venido humillando a mucha gente, obligándola a esconder sus preferencias detrás de una franela roja, a ocultar sus pareceres debajo de una gorrita colorada, a agitar una bandera impuesta, a corear consignas que no sienten.
Desde que el Ministro de Energía y Presidente de PDVSA, violando preceptos constitucionales, declaró que la empresa petrolera era “roja, rojita” para subrayar su sumisión a los caprichos de Hugo Chávez, se ha desatado una fiera competencia entre organismos oficiales para ganarse la caricia del amo.
El SENIAT fue declarado “rojo, rojito”. La Fuerza Armada también. Más de una gobernación o alcaldía ha hecho lo mismo. Sobran los aduladores de distinto tamaño que ha declarado que ésta o aquella institución es “roja, rojita”
Pero el rojismo tiene sus bemoles. Mucha gente, es cierto, se viste de “rojo, rojito” para manifestar su sincera devoción por Hugo Chávez… Pero también hay mucha gente que se viste de “rojo, rojito” para preservar su puesto de trabajo. O para conservar la beca. O para acceder al crédito… Y Chávez lo sabe. Y lo sabe su comando de campaña.
A Chávez seguramente le preocupa lo que esas persona hagan cuando estén “solas, solitas”, frente a la máquina de votación
¿Qué hará cuando esté “solo, solito”, frente a una máquina de votación, el funcionario público que quiere respetar las normas y es obligado a violarlas para complacer los dañinos delirios de Hugo Chávez? ¿Y qué hará el desempleado del barrio que es obligado a arriesgar su vida en viajes inseguros para nutrir los aburridos mitines de Chávez?
¿Qué hará cuando esté “solo, solito”, frente a una máquina de votación, el estudiante que ha debido adoptar ideologías con las que no comulga para acceder a una universidad o a una beca? ¿Y qué hará la madre que tiene que embutirse en su franela roja para recibir la dádiva indignante del gobierno?
Por eso se engaña quien hoy pregone que tiene las cuentas electorales “claras, claritas”.
Los dos candidatos cerraron sus campañas. Ambos comandos quisieron dar las últimas demostraciones de fuerza. La asistencia a los eventos, sin duda, ha llenado las expectativas de cada sector… Pero muchas veces la fuerza no puede medirse en números.
Puede que en las concentraciones de cada aspirante se haya congregado un número parecido de cuerpos. Pero no el mismo número de almas. No fue igual la pasión y el entusiasmo. Cuestión de calidad, podría decirse.
Con Rosales andaba un mar de personas en cuerpo y alma, manifestando con entusiasmo su adhesión a una posibilidad de cambio. Con el otro andaba un río de cuerpos, pero no de almas. La mitad, por lo menos, de los asistentes a sus actos ni siquiera prestaban oídos a los gritos destemplados de Chávez. Las imágenes televisivas eran elocuentes.
Rosales navegaba en un mar multicolor y espontáneo de trajes y banderas. El otro se paseaba sobre pozos de uniformados cuerpos rojos, obligados a agitar la misma banderita y a repetir las consignas de siempre. La encarnada monocromía provocaba bostezos.
Con Rosales estaban un montón de personas que, venciendo amenazas y restricciones del gobierno, llegaban por sus propios medios para juntar su esperanza con miles de esperanzas. Con el otro estaba un montón de cuerpos, desanimados muchos, transportados, para hacer bulto, desde apartadas regiones del país.
Hace ya varias semanas que se han venido humillando a mucha gente, obligándola a esconder sus preferencias detrás de una franela roja, a ocultar sus pareceres debajo de una gorrita colorada, a agitar una bandera impuesta, a corear consignas que no sienten.
Desde que el Ministro de Energía y Presidente de PDVSA, violando preceptos constitucionales, declaró que la empresa petrolera era “roja, rojita” para subrayar su sumisión a los caprichos de Hugo Chávez, se ha desatado una fiera competencia entre organismos oficiales para ganarse la caricia del amo.
El SENIAT fue declarado “rojo, rojito”. La Fuerza Armada también. Más de una gobernación o alcaldía ha hecho lo mismo. Sobran los aduladores de distinto tamaño que ha declarado que ésta o aquella institución es “roja, rojita”
Pero el rojismo tiene sus bemoles. Mucha gente, es cierto, se viste de “rojo, rojito” para manifestar su sincera devoción por Hugo Chávez… Pero también hay mucha gente que se viste de “rojo, rojito” para preservar su puesto de trabajo. O para conservar la beca. O para acceder al crédito… Y Chávez lo sabe. Y lo sabe su comando de campaña.
A Chávez seguramente le preocupa lo que esas persona hagan cuando estén “solas, solitas”, frente a la máquina de votación
¿Qué hará cuando esté “solo, solito”, frente a una máquina de votación, el funcionario público que quiere respetar las normas y es obligado a violarlas para complacer los dañinos delirios de Hugo Chávez? ¿Y qué hará el desempleado del barrio que es obligado a arriesgar su vida en viajes inseguros para nutrir los aburridos mitines de Chávez?
¿Qué hará cuando esté “solo, solito”, frente a una máquina de votación, el estudiante que ha debido adoptar ideologías con las que no comulga para acceder a una universidad o a una beca? ¿Y qué hará la madre que tiene que embutirse en su franela roja para recibir la dádiva indignante del gobierno?
Por eso se engaña quien hoy pregone que tiene las cuentas electorales “claras, claritas”.
Comments