Chávez no es Venezuela
Daniel Romero Pernalete
Chávez se cree Venezuela. La naturaleza desquiciada del gamonal, abonada por la rastrera adulancia de su entorno, lo ha llevado a equipararse al país. Chávez juega a ser la patria, el pueblo. Oponerse a sus designios personales es ofender al pueblo, traicionar a la patria, atentar contra los intereses supremos del país.
Esa absurda equivalencia es reforzada cotidianamente por el discurso chavista. La prensa nacional e internacional, en su afán simplificador, le hace eco. Urge aclarar conceptos.
No es cierto que Venezuela haya buscado un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es Chávez quien lo buscó, en su enfermizo afán de figurar. Para tener una tribuna desde la cual inflar su medianía y oxigenar el terrorismo internacional. El que se quiera dejar engañar que se deje.
Tampoco es cierto que Venezuela sea una amenaza para la región. La amenaza es Chávez. Y una amenaza grave porque la riqueza petrolera le permite financiar el terrorismo de las FARC, la ineptitud de Morales, las tropelías de Kirchner, la agonía del castrismo y el bochinche de López Obrador.
La camorrera no es Venezuela. El país no está enfrentado a los Estados Unidos. Es Hugo Chávez quien, para ranquearse, busca pelea con George Bush. No es Venezuela la que se ha distanciado de México o del Perú. Es Hugo Chávez quien ha la tejido pleitos con Vicente Fox o con Alan García haciendo uso de su amplísima provisión de insultos.
No es Venezuela la que se hermana con Irán, con Cuba, con Corea del Norte o con Bielorrusia. Es Hugo Chávez quien se revuelca en el mismo chiquero con Ahmadinejad, con lo que queda de Fidel, con Kim Jog Il o con Lukashenko. Es Chávez quien se ata al terrorismo internacional.
Si la equiparación de Chávez con el país fuera soóo un problema de conceptos, el asunto no pasaría de ser tinta para opinadores, material para la historia de bolsillo. Lo triste es que la igualación representa una amenaza real.
En efecto, Chávez se ha abrazado al socialismo del pasado y al extremismo del presente. Y ese abrazo compromete sangre sudor y lágrimas venezolanas. Ha ofrecido vidas venezolanas para defender al dictador cubano o al terrorista iraní. Así como obsequia petróleo, pretende regalar la sangre de nuestros muchachos.
Puertas adentro, Chávez, convertido en patria y pueblo por su propio capricho y por el aplauso ladino de su corte, no admite adversarios internos. Todos son enemigos. De la patria y del pueblo. Mandaderos del imperialismo. Esto justificaría la violencia, el exterminio del otro
Y la sangre que riegue la geografía nacional, o la que se derrame más allá de las fronteras, no será de los Chávez, ni de los Rangel, ni de los Maduro, ni de los Rodríguez, ni de los Cabello, ni de los Barreto. Los jefes del chavismo, a buen resguardo, quedarán para rendirle tributo a los mártires
Chávez no es Venezuela, hay que repetirlo una y mil veces. Chávez es un hecho circunstancial. Un error histórico. Una pesadilla superable. Venezuela no se reduce a tan poca cosa.
Chávez se cree Venezuela. La naturaleza desquiciada del gamonal, abonada por la rastrera adulancia de su entorno, lo ha llevado a equipararse al país. Chávez juega a ser la patria, el pueblo. Oponerse a sus designios personales es ofender al pueblo, traicionar a la patria, atentar contra los intereses supremos del país.
Esa absurda equivalencia es reforzada cotidianamente por el discurso chavista. La prensa nacional e internacional, en su afán simplificador, le hace eco. Urge aclarar conceptos.
No es cierto que Venezuela haya buscado un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es Chávez quien lo buscó, en su enfermizo afán de figurar. Para tener una tribuna desde la cual inflar su medianía y oxigenar el terrorismo internacional. El que se quiera dejar engañar que se deje.
Tampoco es cierto que Venezuela sea una amenaza para la región. La amenaza es Chávez. Y una amenaza grave porque la riqueza petrolera le permite financiar el terrorismo de las FARC, la ineptitud de Morales, las tropelías de Kirchner, la agonía del castrismo y el bochinche de López Obrador.
La camorrera no es Venezuela. El país no está enfrentado a los Estados Unidos. Es Hugo Chávez quien, para ranquearse, busca pelea con George Bush. No es Venezuela la que se ha distanciado de México o del Perú. Es Hugo Chávez quien ha la tejido pleitos con Vicente Fox o con Alan García haciendo uso de su amplísima provisión de insultos.
No es Venezuela la que se hermana con Irán, con Cuba, con Corea del Norte o con Bielorrusia. Es Hugo Chávez quien se revuelca en el mismo chiquero con Ahmadinejad, con lo que queda de Fidel, con Kim Jog Il o con Lukashenko. Es Chávez quien se ata al terrorismo internacional.
Si la equiparación de Chávez con el país fuera soóo un problema de conceptos, el asunto no pasaría de ser tinta para opinadores, material para la historia de bolsillo. Lo triste es que la igualación representa una amenaza real.
En efecto, Chávez se ha abrazado al socialismo del pasado y al extremismo del presente. Y ese abrazo compromete sangre sudor y lágrimas venezolanas. Ha ofrecido vidas venezolanas para defender al dictador cubano o al terrorista iraní. Así como obsequia petróleo, pretende regalar la sangre de nuestros muchachos.
Puertas adentro, Chávez, convertido en patria y pueblo por su propio capricho y por el aplauso ladino de su corte, no admite adversarios internos. Todos son enemigos. De la patria y del pueblo. Mandaderos del imperialismo. Esto justificaría la violencia, el exterminio del otro
Y la sangre que riegue la geografía nacional, o la que se derrame más allá de las fronteras, no será de los Chávez, ni de los Rangel, ni de los Maduro, ni de los Rodríguez, ni de los Cabello, ni de los Barreto. Los jefes del chavismo, a buen resguardo, quedarán para rendirle tributo a los mártires
Chávez no es Venezuela, hay que repetirlo una y mil veces. Chávez es un hecho circunstancial. Un error histórico. Una pesadilla superable. Venezuela no se reduce a tan poca cosa.
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