La lengua ligera del chavismo
Daniel Romero Pernalete
Para formar parte del séquito de Hugo Chávez se necesita no saber pensar o no querer hacerlo. Hablar mucho sí es indispensable. Los cortesanos del reyezuelo tropical han dado últimamente testimonios irrebatibles de su apego a tales exigencias.
El Ministro del Interior y Justicia, por ejemplo, vomitó mil canalladas sobre la reputación de los presos políticos que se fugaron de la Cárcel de Ramo Verde. Los rotuló como delincuentes de alta peligrosidad. Claro, para él es un grave delito oponerse a los caprichos de Chávez.
El ministro parece olvidar que él, personalmente, dirigió el asalto a la sede de la televisora estatal el 27 de noviembre de 1992. Allí acribillaron a balazos a todo el que encontraron a su paso. Eso sí es un delito. Un serio delito que no ha tenido castigo… por ahora.
El Alcalde Mayor también hizo su aporte al torneo de inconsistencias oficiales. Muy orondo, señaló que el candidato opositor Manuel Rosales debía ser inhabilitado por firmar el “decreto golpista” del 12 de abril de 2002.
El Alcalde no recuerda que Hugo Chávez, candidato a la reelección, organizó y dirigió el golpe militar del 4 de febrero de 1992. Una asonada que costó muchas vidas. Un suceso cuyas consecuencias aún estamos padeciendo.
¿Quién debería estar inhabilitado? ¿Un tipo que firmó un decreto en medio de la confusión creada por una renuncia presidencial que el Alto Mando Militar había certificado? ¿O un oficialillo ambicioso que conspiró durante diez años para tomar por las armas el control de un Estado democráticamente cimentado?
La danza de estupideces la continúa el Fiscal General de la Nación, cuando amenaza con sanciones a quienes expresen públicamente su respaldo a los evadidos de Ramo Verde. Toda simpatía sería tipificada como instigación a delinquir.
Al parecer, el Fiscal General no se ha percatado de que el primer y más consecuente promotor del delito en Venezuela se llama Hugo Chávez. Y que no sólo instiga a delinquir, sino que delinque.
Porque hay delito en el manejo irresponsable de los recursos del país. Hay delito en la incitación a la violencia. Y en la exposición al escarnio público de respetables personalidades. Y en las invasiones que Chávez estimula. Y en las guerras que busca.
La Presidenta de la Asamblea Nacional terminó de decorar la torta. Con una mezcla de rastrera adulancia y deficiencia neuronal, señaló que si Chávez fuera fiscal o juez ya se habría resuelto el problema de la inseguridad en Venezuela. Decirle ésto a un país donde manda la delincuencia (la oficial y la otra) es, cuando menos, un mal chiste.
La diputada olvida que con Chávez se ha incentivado la inseguridad por distintas vías: el crecimiento del desempleo, la promoción de odios y resentimientos sociales, la justificación de la violencia, la descomposición de los cuerpos policiales. Chávez, además, maneja fiscales y jueces. Chávez no es ajeno a lo que está pasando. Es su artífice.
A esta cáfila de encumbradas nulidades les calza perfectamente aquella frase que clavó Cervantes en los Trabajos de Persiles y Segismunda: “Es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces del pensamiento, las empeoran los partos de la lengua”
Para formar parte del séquito de Hugo Chávez se necesita no saber pensar o no querer hacerlo. Hablar mucho sí es indispensable. Los cortesanos del reyezuelo tropical han dado últimamente testimonios irrebatibles de su apego a tales exigencias.
El Ministro del Interior y Justicia, por ejemplo, vomitó mil canalladas sobre la reputación de los presos políticos que se fugaron de la Cárcel de Ramo Verde. Los rotuló como delincuentes de alta peligrosidad. Claro, para él es un grave delito oponerse a los caprichos de Chávez.
El ministro parece olvidar que él, personalmente, dirigió el asalto a la sede de la televisora estatal el 27 de noviembre de 1992. Allí acribillaron a balazos a todo el que encontraron a su paso. Eso sí es un delito. Un serio delito que no ha tenido castigo… por ahora.
El Alcalde Mayor también hizo su aporte al torneo de inconsistencias oficiales. Muy orondo, señaló que el candidato opositor Manuel Rosales debía ser inhabilitado por firmar el “decreto golpista” del 12 de abril de 2002.
El Alcalde no recuerda que Hugo Chávez, candidato a la reelección, organizó y dirigió el golpe militar del 4 de febrero de 1992. Una asonada que costó muchas vidas. Un suceso cuyas consecuencias aún estamos padeciendo.
¿Quién debería estar inhabilitado? ¿Un tipo que firmó un decreto en medio de la confusión creada por una renuncia presidencial que el Alto Mando Militar había certificado? ¿O un oficialillo ambicioso que conspiró durante diez años para tomar por las armas el control de un Estado democráticamente cimentado?
La danza de estupideces la continúa el Fiscal General de la Nación, cuando amenaza con sanciones a quienes expresen públicamente su respaldo a los evadidos de Ramo Verde. Toda simpatía sería tipificada como instigación a delinquir.
Al parecer, el Fiscal General no se ha percatado de que el primer y más consecuente promotor del delito en Venezuela se llama Hugo Chávez. Y que no sólo instiga a delinquir, sino que delinque.
Porque hay delito en el manejo irresponsable de los recursos del país. Hay delito en la incitación a la violencia. Y en la exposición al escarnio público de respetables personalidades. Y en las invasiones que Chávez estimula. Y en las guerras que busca.
La Presidenta de la Asamblea Nacional terminó de decorar la torta. Con una mezcla de rastrera adulancia y deficiencia neuronal, señaló que si Chávez fuera fiscal o juez ya se habría resuelto el problema de la inseguridad en Venezuela. Decirle ésto a un país donde manda la delincuencia (la oficial y la otra) es, cuando menos, un mal chiste.
La diputada olvida que con Chávez se ha incentivado la inseguridad por distintas vías: el crecimiento del desempleo, la promoción de odios y resentimientos sociales, la justificación de la violencia, la descomposición de los cuerpos policiales. Chávez, además, maneja fiscales y jueces. Chávez no es ajeno a lo que está pasando. Es su artífice.
A esta cáfila de encumbradas nulidades les calza perfectamente aquella frase que clavó Cervantes en los Trabajos de Persiles y Segismunda: “Es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces del pensamiento, las empeoran los partos de la lengua”
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