Chávez el curandero
Daniel Romero Pernalete
Chávez heredó un país enfermo. Aquejado por múltiples males. Hastiado de políticos que no aliviaban sus dolores. El país, desahuciado, terminó cayendo en manos de un curandero de escaso brillo y de mucha labia. Y probó sus brebajes. Y los menjurjes agravaron la crisis.
La deuda social acumulada se ha ido hinchando. Las limosnas oficiales no alcanzan a saldarla. Miseria, desempleo, inseguridad, desatención y violencia han erigido sus tronos sobre un país que, paradójicamente, se ahoga en dólares.
Cuando Chávez llego al poder, en Venezuela abundaban hambre y miseria. Desocupación e inseguridad. En lugar de buscar soluciones por la vía del empleo productivo, Chávez tomó el atajo de la dádiva degradante. De los créditos sin reembolso. De las asignaciones sin contraprestación.
Chávez Institucionalizó las miserias. La miseria económica que reclama atención y la miseria moral que negocia la migaja. Chávez necesita de los pobres. Necesita que dependan de sus favores. Los necesita amarrados al bramadero de sus limosnas.
A esa acción irresponsable se suma una prédica estúpida. Aquello de que ser rico es malo. Aquello de que el pueblo debe defender la revolución aún desnudo y hambriento. La pobreza dejó de ser una indeseable condición para convertirse en parte sustantiva del proyecto hegemónico de Chávez.
Cuando Chávez asumió el poder, la crisis educativa y hospitalaria decía mucho de la torpeza de nuestra dirigencia de finales de siglo. En lugar de reorganizar los servicios de educación y salud, Chávez prefirió cercarlos con las barracas de las misiones. Los cubanizó. Los degradó.
La medicina se adentró en el barrio, pero desprovista de condiciones y herramientas. Asociada con individuos de dudosa calificación. Sin reválidas que dieran fe de su formación. Mientras tanto, los hospitales continúan sumidos en una prolongada agonía. Desprovistos de todo. Administrando excusas y reclamos.
La educación también subió los cerros. Pero llegó renqueando. Adoctrinando más que alfabetizando. Repartiendo títulos a granel, con exigencias mínimas. Al gobierno sólo le interesa la cantidad. La calidad no abulta índices ni gráficos. Los títulos no reflejan esfuerzo intelectual. Dan cuenta, más bien, del sometimiento al proceso. Es decir, a los caprichos de Chávez.
Cuando Chávez probó el poder, la violencia social enseñaba los dientes. Asomaba el morro. Antes que combatirla, Chávez ha optado por cultivarla. La abona con odios políticos y con resentimientos sociales. La riega con justificaciones absurdas. La rocía con un patriotismo ramplón. La tutora con armas y discursos belicistas.
Del país se adueño la violencia. La que tiñe con sangre y la otra, más sutil. La que niega el trabajo al disidente. La que condiciona el pensamiento y la palabra. La violencia simbólica de un fusil en la mano y un verbo desquiciado.
Quien diga o insinúe que Hugo Chávez ha empezado a cancelar la deuda social con el pueblo venezolano pasa, en el mejor de los casos, por ingenuo.
Chávez heredó un país enfermo. Aquejado por múltiples males. Hastiado de políticos que no aliviaban sus dolores. El país, desahuciado, terminó cayendo en manos de un curandero de escaso brillo y de mucha labia. Y probó sus brebajes. Y los menjurjes agravaron la crisis.
La deuda social acumulada se ha ido hinchando. Las limosnas oficiales no alcanzan a saldarla. Miseria, desempleo, inseguridad, desatención y violencia han erigido sus tronos sobre un país que, paradójicamente, se ahoga en dólares.
Cuando Chávez llego al poder, en Venezuela abundaban hambre y miseria. Desocupación e inseguridad. En lugar de buscar soluciones por la vía del empleo productivo, Chávez tomó el atajo de la dádiva degradante. De los créditos sin reembolso. De las asignaciones sin contraprestación.
Chávez Institucionalizó las miserias. La miseria económica que reclama atención y la miseria moral que negocia la migaja. Chávez necesita de los pobres. Necesita que dependan de sus favores. Los necesita amarrados al bramadero de sus limosnas.
A esa acción irresponsable se suma una prédica estúpida. Aquello de que ser rico es malo. Aquello de que el pueblo debe defender la revolución aún desnudo y hambriento. La pobreza dejó de ser una indeseable condición para convertirse en parte sustantiva del proyecto hegemónico de Chávez.
Cuando Chávez asumió el poder, la crisis educativa y hospitalaria decía mucho de la torpeza de nuestra dirigencia de finales de siglo. En lugar de reorganizar los servicios de educación y salud, Chávez prefirió cercarlos con las barracas de las misiones. Los cubanizó. Los degradó.
La medicina se adentró en el barrio, pero desprovista de condiciones y herramientas. Asociada con individuos de dudosa calificación. Sin reválidas que dieran fe de su formación. Mientras tanto, los hospitales continúan sumidos en una prolongada agonía. Desprovistos de todo. Administrando excusas y reclamos.
La educación también subió los cerros. Pero llegó renqueando. Adoctrinando más que alfabetizando. Repartiendo títulos a granel, con exigencias mínimas. Al gobierno sólo le interesa la cantidad. La calidad no abulta índices ni gráficos. Los títulos no reflejan esfuerzo intelectual. Dan cuenta, más bien, del sometimiento al proceso. Es decir, a los caprichos de Chávez.
Cuando Chávez probó el poder, la violencia social enseñaba los dientes. Asomaba el morro. Antes que combatirla, Chávez ha optado por cultivarla. La abona con odios políticos y con resentimientos sociales. La riega con justificaciones absurdas. La rocía con un patriotismo ramplón. La tutora con armas y discursos belicistas.
Del país se adueño la violencia. La que tiñe con sangre y la otra, más sutil. La que niega el trabajo al disidente. La que condiciona el pensamiento y la palabra. La violencia simbólica de un fusil en la mano y un verbo desquiciado.
Quien diga o insinúe que Hugo Chávez ha empezado a cancelar la deuda social con el pueblo venezolano pasa, en el mejor de los casos, por ingenuo.
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