Los trastornos de Chávez

Daniel Romero Pernalete

Uno lleva consigo, común y regularmente, sus dos o tres complejos. Se mantiene, no obstante, dentro de los límites de la normalidad. Cosa distinta ocurre cuando esos trastornos son gruesos y vienen en racimos. Y sobre todo cuando el portador tiene púlpito y creyentes.

Hugo Chávez, por ejemplo, es un dañoso compendio de complejos. Una intoxicante colección de trastornos. Payasadas, arrebatos, alucinaciones y loqueteras presidenciales parecen provenir una personalidad descompuesta. Veamos.

El Complejo de Aquiles es el intento de ocultar la propia debilidad tras la apariencia de invulnerabilidad y de heroísmo. El Chávez bravucón y todopoderoso que desafía al imperio, ¿no es el mismo que se entregó mansito en febrero del 92? ¿El que moqueó de lo lindo en abril del 2002? ¿El que se asusta cuando alguna viejita burla el anillo de seguridad?

El Complejo de Creso se expresa en la búsqueda enfermiza de superioridad por medio del derroche de dinero y las dádivas generosas. ¿No es Chávez el que regala aviones a Fidel y helicópteros a Evo? ¿El que compra deudas argentinas, repara puentes uruguayos, y construye carreteras bolivianas? ¿El que amarra lealtades, adentro y afuera, a golpes de billete? ¿El exhibicionista del airbus presidencial y las dormidas de cinco estrellas?

El Complejo de Bovary consiste en la alteración del sentido de la realidad, gracias a la cual el trastornado se considera otra persona distinta de la que realmente es. ¿No se cree Chávez una reencarnación de Simón Bolívar? ¿No se siente una reedición empeorada del Ché Guevara? ¿No pretende igualarse con Jesucristo en su resurrección y en su papel de salvador del mundo?

El Complejo de Eróstrato es un trastorno según el cual el individuo busca sobresalir, distinguirse, ser el centro de atención. El protagonismo fastidioso de
Chávez calza perfectamente en esa descripción. Insulta para atraer miradas. Organiza anticumbres para fungir de estrella. Estercoliza la política internacional para escandalizar. Se disfraza de indígena y baila para atraer aplausos.

El Complejo de Münchausen se manifiesta en la tendencia a inventar mentiras, historias inverosímiles en las que el trastornado se impone como superior al auditorio. ¿No es Chávez el discurseador embustero que describe un país que no existe? ¿El fantaseador dominical que inventa hazañas en las que él, por supuesto, es héroe indiscutible?

El Complejo de Narciso se caracteriza por el deseo infantil de ser amado. Idolatrado, venerado. Para el narcisista, el mundo gira en torno él. Por eso Chávez se rodea de incondicionales. De receptores de limosnas. De funcionarios pusilánimes que le rinden pleitesía. Se rodea, en suma, de individuos que actúan como espejos. A través de ellos Chávez se adora a sí mismo.
El trastornado necesita un entorno que refuerce sus desajustes. Chávez, por eso, necesita un círculo de aduladores que le inflen el ánimo. De chulos y haraganes que se alimenten de sus dádivas. De necios que lo endiosen. De memos que lo aplaudan. De ingenuos que le crean. De patanes que lo reflejen.

Fuera de ese redondel hay un colectivo que espera. Y que se cansa… Hay como un tiempo de soportar complejos. Hay otro de enterrarlos.

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