Chávez el corsario

Daniel Romero Pernalete


Es capitán y timonel de ese barco pirata que se llama chavismo. Comanda un buque armado de billetes. De muchos dólares, con los que pretende sojuzgar territorios y lugareños. Es Hugo Chávez el corsario.

Chávez es un corsario que perdona vidas a cambio de sumisión. Un filibustero que decapita a quienes se rebelan. Ha conseguido lealtades de antiguos enemigos a cambio de la supervivencia política. Colecciona cabezas de aliados de otros tiempos, a manera de escarmiento.

Dedicados a la maniobra y servicio de ese barco pirata, se encuentra una variopinta tripulación. Seccionada en varios estamentos, piramidalmente dispuestos. Con perfiles y mañas bien definidos

Los piratas originarios hacen el primer estrato. Lo constituyen el combo de militares y civiles que conspiraron con Chávez y se encomendaron a él. Con obscena picardía aprendieron a manejar las debilidades y trastornos del capitán. Se consideran con derecho a tomar parte del botín. De allí han salido las nulidades engreídas que controlan los hilos del poder político en Venezuela.

Los piratas menores constituyen el segundo estamento. Son antiguos depredadores que en tiempos de la Cuarta República vivieron de las trampas y los chanchullos. Bautizada la Quinta República, tiñeron de grana su ropaje y hoy cubren sus trapacerías con una boína roja. Estarán con Chávez mientras les permita meter las manos en el cofre.

Los náufragos de mil combates son el tercer nivel de la tripulación. Derrotados en todas partes, desahuciados por la historia, momias de una ideología obsoleta, han visto en el chavismo la oportunidad de comer caliente, de afilar sus machetes y de entretenerse en inofensivas aventuras.

Los románticos apendejados forman la cuarta categoría de la tripulación. Viven en un mundo de ensueño. Ciegos y sordos a toda prueba, se niegan a ver y oír las loqueteras del capitán. O las lamentaciones que vienen de abajo. Prefieren mirar la luna, escuchar los grillos y teclear alguna ramplonería.

Hay un último estrato del chavismo. El de los desheredados y creyentes. El de los olvidados de todas las repúblicas. El de los que han vivido atados al útero petrolero por el cordón umbilical de las limosnas. El de los que entrenan como asimétrica carne de cañón. El de los que engañan el estómago y arriesgan el pellejo. Los remeros, pues, de la galera pirata.

La travesía de la nave chavista ha sido accidentada. Capitán y tripulación amenazan al imperio, pero desde bien lejos. Por si acaso. Con el tiempo han logrado paradójicas conquistas. Una con mar por los cuatro horizontes. Otra sin mar. Cuba y Bolivia.

Los afanes corsarios del capitán, empero, encallaron en Costa Rica. No pudieron desembarcar en Colombia. Y fueron repelidos en Perú… Y en Nicaragua y México el futuro es incierto.

Para colmo, hay sofoco a bordo. En los extremos de la pirámide. En la cúspide, los piratas originarios pelean por el botín. Ministros y magistrados se enseñan los dientes. En la base, los remeros se insubordinan. Ahítos de promesas y ayunos de respuestas efectivas, los olvidados de siempre comienzan a alborotar.

Huele a motín. El cielo se encapota. Anuncia tempestad.

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