Chávez contra Chávez

Daniel Romero Pernalete


Hay dos Chávez enfrentados. El primero dice, el otro contradice. Uno predica apostólicas visiones, el otro obra con tufo demoníaco. Dos personas distintas… y un solo satán verdadero

Un Chávez proclama la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. El otro se entromete en la política interna de los vecinos. Unge candidatos presidenciales. Financia campañas y alborotos. Y pretende que los ciudadanos de otras latitudes hagan lo que a él le conviene.

Un Chávez pregona la unidad de los pueblos latinoamericanos. El otro destruye acuerdos y comunidades que han costado mucho tiempo y más esfuerzo. Patea la mesa cuando los demás no se pliegan a las reglas de su juego.

Un Chávez se declara católico. Besa crucifijos y llora sobre sotanas. El otro deforma la figura de Jesucristo. Desafía los mandamientos. Se burla de la jerarquía eclesiástica. La descalifica. La tumoriza. La ofende.

Un Chávez sentencia que ser rico es malo. Y llama a sus seguidores a defender su revolución, aún desnudos y hambrientos. El otro Chávez lleva una vida de anchuras. De opulencia y de lujos. De caprichos siempre satisfechos.

Un Chávez jura fidelidad a una Constitución que sacude con bríos en cualquier escenario. El otro la ha convertido en letra muerta. Le baila encima cuando le da su regalada gana.

Un Chávez se presenta como adalid de la democracia y la participación. El otro sepulta los valores esenciales de la convivencia democrática: la tolerancia, la independencia de los poderes, la alternabilidad, el sufragio transparente… Y se entrega, además, al más añejo y sanguinario dictador del hemisferio occidental.

Un Chávez habla de amor y de paz. Como un hippie de los años sesenta. El otro infecta a la población con un lenguaje bélico. La prepara para una guerra sólo por él deseada. Gasta un dineral en armamento. Y ofrece la sangre de nuestros jóvenes para sostener sus locuras.

Un Chávez hace gargarismos cotidianos con el legado de Simón Bolívar. El otro lo desdibuja. Lo acomoda a sus intereses del momento. Lo irrespeta por la vía de los hechos.

Un Chávez llegó al poder enarbolando el estandarte de la anticorrupción. Y hoy amenaza con castigos ejemplares a los ladrones de antaño y hogaño. El otro Chávez permite el más alarmante desangramiento de los dineros públicos del que se tenga noticia. En sus propias narices. En su más inmediato entorno.

Un Chávez dice amar al pueblo y estar a su servicio. Y promete gestionar su redención. El otro insulta a la gente con desmanes y la humilla con limosnas. No ha sabido dar efectiva respuesta a sus demandas. Y le ha puesto el grillete de una beca, un crédito o un empleo para domesticarla.

Hay un Chávez, en síntesis, que es apariencia. El aspecto superficial del fenómeno. El de engañar ingenuos. El pastillaje llamativo que cubre un bizcocho apelmazado y piche. El atractivo empaque que guarda un producto de mala calidad. La piel de cordero que oculta el torcido proceder del lobo.

El otro Chávez es la esencia. La verdadera naturaleza del tipejo. Abusivo y desintegrador. Concupiscente e hipócrita. Atrabiliario y autócrata. Belicista y antibolivariano. Corruptor y falso.

El Chávez aparente empalaga. El Chávez esencial provoca náuseas.

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