Venezuela: politización del crimen
Daniel Romero Pernalete
Esa es la orden. Que se llore a las víctimas del crimen. Que se ore por su descanso eterno. Hasta allí. Nada de andar analizando la criminalidad. Nada de vincularla con la política. Es decir, con las responsabilidades de gobierno.
Son Instrucciones presidenciales. Lo repiten las voces amaestradas de Maduro, Chacón, Lara y Barreto. No hay que politizar el crimen, dicen quienes han criminalizado la política.
Pero la criminalidad, sus causas, sus expresiones y sus consecuencias, sólo pueden ser entendidas cuando se las enmarca en la dinámica de una determinada sociedad. Cuando se vinculan con el funcionamiento de un tipo específico de Estado. Y con una clase particular de liderazgo.
En la Venezuela de hoy, Estado, gobierno y líder son una misma cosa. En las filas del oficialismo no hay diputado que no se sienta monaguillo de Chávez. Ni gobernador o alcalde que no diga representar a Chávez. Ni ministro alguno que no sea simple mandadero de Chávez. Ni juez que no haga lo que Chávez desea.
Así, seguir la pista del crimen nos lleva al hombre que se ufana de controlarlo todo. Porque Hugo Chávez ha terminado por sustituir al Estado. Por absorber sus instituciones. Por imponer su voluntad sobre la norma… Y quien lo maneja todo, de todo es responsable. Elemental.
Es obligación del Estado garantizar la seguridad del ciudadano. Si la delincuencia ha terminado por imponer su ritmo, el responsable es el Estado. O quien haga sus veces.
El manejo de las policías corre por cuenta del Estado en sus distintos niveles. . Si el vicio y el delito han hecho nido en ellas, la responsabilidad es del Estado. O de quien lo suplante.
Es deber del Estado sancionar el crimen. Pero si el sistema judicial garantiza impunidad para los clientes de la revolución, si libera asesinos por errores de trámites el responsable es el Estado. O quien funja como su dueño.
Chávez, como líder del proceso, ha venido modelando actitudes y conductas de sus seguidores. Ha impuesto una cultura del odio, la violencia, la muerte y la transgresión.
Chávez, con su carga de resentimientos y su sed de venganza, ha estimulado odios inéditos. Odio al que algo tiene, pues lo asocia con la explotación. Odio al europeo, porque lo relaciona con la dominación. Odio al adversario, a quien identifica como enemigo. Odio al periodista que vocea verdades. Odio múltiple que justifica agresiones y lava culpas.
Chávez promueve una cultura de la muerte. Pide a sus seguidores sacrificios. Hasta la vida les exige por su revolución. Y quien está dispuesto a dar la vida por algo, está dispuesto a quitársela a otro por el mismo motivo. Y sin cargo de conciencia. Allí están los pistoleros de Puente Llaguno elevados a la condición de héroes de su revolución.
Chávez estimula el irrespeto a las normas. Las patea cada vez que le da la gana. La Constitución y las leyes son para Hugo Chávez baloncitos de fútbol. Chávez predica con el mal ejemplo.
Chávez es, en suma, un sacerdote del odio y de la muerte. El arquitecto de un estado negligente e incapaz. Un promotor de delitos y de impunidad.
Cuando se pretende buscar los resortes que en Venezuela han impulsado el crimen hasta niveles de espanto… todos los caminos conducen a Chávez.
Esa es la orden. Que se llore a las víctimas del crimen. Que se ore por su descanso eterno. Hasta allí. Nada de andar analizando la criminalidad. Nada de vincularla con la política. Es decir, con las responsabilidades de gobierno.
Son Instrucciones presidenciales. Lo repiten las voces amaestradas de Maduro, Chacón, Lara y Barreto. No hay que politizar el crimen, dicen quienes han criminalizado la política.
Pero la criminalidad, sus causas, sus expresiones y sus consecuencias, sólo pueden ser entendidas cuando se las enmarca en la dinámica de una determinada sociedad. Cuando se vinculan con el funcionamiento de un tipo específico de Estado. Y con una clase particular de liderazgo.
En la Venezuela de hoy, Estado, gobierno y líder son una misma cosa. En las filas del oficialismo no hay diputado que no se sienta monaguillo de Chávez. Ni gobernador o alcalde que no diga representar a Chávez. Ni ministro alguno que no sea simple mandadero de Chávez. Ni juez que no haga lo que Chávez desea.
Así, seguir la pista del crimen nos lleva al hombre que se ufana de controlarlo todo. Porque Hugo Chávez ha terminado por sustituir al Estado. Por absorber sus instituciones. Por imponer su voluntad sobre la norma… Y quien lo maneja todo, de todo es responsable. Elemental.
Es obligación del Estado garantizar la seguridad del ciudadano. Si la delincuencia ha terminado por imponer su ritmo, el responsable es el Estado. O quien haga sus veces.
El manejo de las policías corre por cuenta del Estado en sus distintos niveles. . Si el vicio y el delito han hecho nido en ellas, la responsabilidad es del Estado. O de quien lo suplante.
Es deber del Estado sancionar el crimen. Pero si el sistema judicial garantiza impunidad para los clientes de la revolución, si libera asesinos por errores de trámites el responsable es el Estado. O quien funja como su dueño.
Chávez, como líder del proceso, ha venido modelando actitudes y conductas de sus seguidores. Ha impuesto una cultura del odio, la violencia, la muerte y la transgresión.
Chávez, con su carga de resentimientos y su sed de venganza, ha estimulado odios inéditos. Odio al que algo tiene, pues lo asocia con la explotación. Odio al europeo, porque lo relaciona con la dominación. Odio al adversario, a quien identifica como enemigo. Odio al periodista que vocea verdades. Odio múltiple que justifica agresiones y lava culpas.
Chávez promueve una cultura de la muerte. Pide a sus seguidores sacrificios. Hasta la vida les exige por su revolución. Y quien está dispuesto a dar la vida por algo, está dispuesto a quitársela a otro por el mismo motivo. Y sin cargo de conciencia. Allí están los pistoleros de Puente Llaguno elevados a la condición de héroes de su revolución.
Chávez estimula el irrespeto a las normas. Las patea cada vez que le da la gana. La Constitución y las leyes son para Hugo Chávez baloncitos de fútbol. Chávez predica con el mal ejemplo.
Chávez es, en suma, un sacerdote del odio y de la muerte. El arquitecto de un estado negligente e incapaz. Un promotor de delitos y de impunidad.
Cuando se pretende buscar los resortes que en Venezuela han impulsado el crimen hasta niveles de espanto… todos los caminos conducen a Chávez.
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