Chávez, un mal conserje
Daniel Romero Pernalete
Imagínese que usted es dueño de un pequeño apartamento. En un edificio más o menos decente. En una urbanización de clase media. Imagínese que usted y el resto de los propietarios dan sus aportes para el mantenimiento del edificio. Y que le pagan a un conserje para que lo garantice.
Imagínese que el conserje maneja en forma caprichosa los dineros de todos. Imagínese, por ejemplo, que regala a los conserjes de algunos edificios vecinos los recursos que se necesitan para mantener el propio. Coletos y escobas. Desinfectante y cera. Sócates y bombillos. Brochas y pintura.
Imagínese que mientras el conserje dispone de lo que no es suyo (de él) sino suyo (de usted), el edificio permanece sucio y maloliente. Desconchado y a oscuras. Sin rejas ni jardines. Eso sí, adornado con fotos del conserje por todas partes.
Imagínese que en medio del deterioro generalizado hay una excepción: el apartamento que ocupa el conserje y los suyos. Imagínese que el conserje viva como un pachá. En medio del lujo y la opulencia. Imagínese lo que usted se imaginaría sobre el destino de los aportes que hacen los propietarios.
Imagínese que el conserje tenga por hábito tirarles piedras a otros edificios con cuyos conserjes no se lleva bien. Imagínese que diariamente insulta a tales conserjes. Por distintas vías. A distintas horas. A pleno pulmón o en el chismorreo clandestino.
Imagínese que el conserje ha manifestado, en sus delirios, que si alguien pretendiera cobrarle las ofensas, todos los propietarios de apartamentos deben salir a defenderlo. O sea, imagínese que el conserje ha ofrecido en sacrificio su sangre (de usted) para salvar su pellejo (de él).
Imagínese que el conserje se las da de valiente. Y que ha desafiado a cualquiera que le resulte incómodo. Imagínese que el conserje le declare la guerra a más de un edificio. Y que ofrece dirigir desde su sala de baño (de él) la trifulca en la que se juega su vida (de usted)
Imagínese que el conserje amenace con volar la planta eléctrica, las bombonas de gas y el tanque del agua del edificio si la fortuna le da la espalda. Es decir, imagínese que amenace con destruir sus instalaciones (de usted) antes de poner sus pies (de él) en polvorosa.
Imagínese lo que provoca hacer con un conserje de tal comportamiento… Ahora, deje de imaginar y simplemente observe.
Observe el país donde usted y yo vivimos. Observe la conducta del Presidente que soportamos. El mismo a quien le pagamos para que tenga la casa en orden. El que maneja nuestros impuestos y nuestro petróleo.
Observe como el Presidente administra como si fueran suyos (de él) los recursos que son suyos (de usted). Y míos y de todos. Observe como los dilapida o los regala. O como deja que se los lleve el torbellino de la corrupción.
Observe las últimas pataletas del Presidente. Observe como ofrece en sacrificio su sangre (de usted) para imponer sus alucinaciones (de él). Observe como amenaza a sus enemigos (de él) con volar los pozos petroleros que son suyos (de usted) y míos y de todos los venezolanos.
Ahora, deje de observar y simplemente imagine… Imagínese lo que provoca hacer con un presidente de tal comportamiento.
Imagínese que usted es dueño de un pequeño apartamento. En un edificio más o menos decente. En una urbanización de clase media. Imagínese que usted y el resto de los propietarios dan sus aportes para el mantenimiento del edificio. Y que le pagan a un conserje para que lo garantice.
Imagínese que el conserje maneja en forma caprichosa los dineros de todos. Imagínese, por ejemplo, que regala a los conserjes de algunos edificios vecinos los recursos que se necesitan para mantener el propio. Coletos y escobas. Desinfectante y cera. Sócates y bombillos. Brochas y pintura.
Imagínese que mientras el conserje dispone de lo que no es suyo (de él) sino suyo (de usted), el edificio permanece sucio y maloliente. Desconchado y a oscuras. Sin rejas ni jardines. Eso sí, adornado con fotos del conserje por todas partes.
Imagínese que en medio del deterioro generalizado hay una excepción: el apartamento que ocupa el conserje y los suyos. Imagínese que el conserje viva como un pachá. En medio del lujo y la opulencia. Imagínese lo que usted se imaginaría sobre el destino de los aportes que hacen los propietarios.
Imagínese que el conserje tenga por hábito tirarles piedras a otros edificios con cuyos conserjes no se lleva bien. Imagínese que diariamente insulta a tales conserjes. Por distintas vías. A distintas horas. A pleno pulmón o en el chismorreo clandestino.
Imagínese que el conserje ha manifestado, en sus delirios, que si alguien pretendiera cobrarle las ofensas, todos los propietarios de apartamentos deben salir a defenderlo. O sea, imagínese que el conserje ha ofrecido en sacrificio su sangre (de usted) para salvar su pellejo (de él).
Imagínese que el conserje se las da de valiente. Y que ha desafiado a cualquiera que le resulte incómodo. Imagínese que el conserje le declare la guerra a más de un edificio. Y que ofrece dirigir desde su sala de baño (de él) la trifulca en la que se juega su vida (de usted)
Imagínese que el conserje amenace con volar la planta eléctrica, las bombonas de gas y el tanque del agua del edificio si la fortuna le da la espalda. Es decir, imagínese que amenace con destruir sus instalaciones (de usted) antes de poner sus pies (de él) en polvorosa.
Imagínese lo que provoca hacer con un conserje de tal comportamiento… Ahora, deje de imaginar y simplemente observe.
Observe el país donde usted y yo vivimos. Observe la conducta del Presidente que soportamos. El mismo a quien le pagamos para que tenga la casa en orden. El que maneja nuestros impuestos y nuestro petróleo.
Observe como el Presidente administra como si fueran suyos (de él) los recursos que son suyos (de usted). Y míos y de todos. Observe como los dilapida o los regala. O como deja que se los lleve el torbellino de la corrupción.
Observe las últimas pataletas del Presidente. Observe como ofrece en sacrificio su sangre (de usted) para imponer sus alucinaciones (de él). Observe como amenaza a sus enemigos (de él) con volar los pozos petroleros que son suyos (de usted) y míos y de todos los venezolanos.
Ahora, deje de observar y simplemente imagine… Imagínese lo que provoca hacer con un presidente de tal comportamiento.
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