Chávez insoportable

Daniel Romero Pernalete

En mi Barquisimeto natal, hace ya mucho tiempo, tuve un compañerito de clases que era insoportable. Toribio, se llamaba. Y era hijo de una de las maestras. Su recuerdo se me había extraviado y Chávez vino a rescatarlo.

Recuerdo que cuando Toribio tenía juguetes nuevos, toda la escuela se enteraba. Toribio lo voceaba, buscando la admiración de sus condiscípulos para su trompo lustroso, su perinola barnizada o sus metras brillantes.

Me acordé de Toribio cuando vi al Presidente mostrar en cadena nacional los tres helicópteros rusos que compró. Él quería que todo el mundo viera y alabara sus costosos juguetes.

Confieso que me conmovió la infantil euforia con la que el Presidente anunció que compraría treinta más de esos helicópteros. Seguramente para desafiar al imperio. Al capitalismo. A los Marines de Bush y a la Real Fuerza Aérea de Blair.

Esos desplantes me hacen recordar a Toribio. Cuando alguien se atrevía a enfrentarlo, Toribio amenazaba con partirle la cara. No sólo al retador, sino al hermano mayor, al papá y hasta al Director, si se ponía con vainas. La cosa no pasaba del amago.

Los sábados eran de caimaneras. Pelota y bate eran de Toribio. Quizás por eso quería ser pitcher y cuarto bate. Y decidir cuando un lanzamiento era bueno y cuando malo. Si los jugadores se quejaban, cogía pelota y bate y se marchaba. Y hasta ahí llegaba el juego.

Chávez hace lo mismo. Pretende que el país acepte las reglas de un juego electoral donde es competidor, anotador y árbitro. Y si la gente frunce el ceño, amenaza con modificar la Constitución, clausurar la democracia, y quedarse hasta que le duren las ganas. O hasta que un obstinado lo saque de circulación.

Toribio era fantaseador como ninguno. Cada lunes traía una nueva aventura. Que si cruzó una creciente del Río Turbio. Que si tumbó tres iguanas de una sola pedrada. Que si le nombró la madre a un policía.

Veo a Toribio en Chávez todos los domingos. Inventando historias de rebeldía en la Academia Militar. Relatando heroicos episodios en los ríos apureños. Refiriendo imaginarias anécdotas con dignatarios de tierras lejanas.

Detrás de su vanidad, sus desplantes, sus chantajes y sus fantasías se ocultaba un Toribio medroso y correlón. Cuando algún revolcón le arrugaba la bravura, se refugiaba en las faldas de la maestra. Y el rival pasaba a ser oficialmente un indeseable

Nada diferente ocurre con Chávez. Lo sacaron de su escondite el 4 de febrero. Bañó en lágrimas la sotana de Monseñor Porras el 11 de abril. Sus arrebatos de valentía no son otra cosa que una forma de ocultar su cobardía.

Recuerdo que al terminar el año escolar, Toribio organizó una fiesta. Invitó a media escuela. Quería restregar en la cara de los muchachos la bicicleta que su madre le obsequió. Y conseguir halagos a punta de torta, piñata y refrescos.

Pero sólo unos cuantos amiguitos se apersonaron a la fiesta. El resto no quiso ir, hastiados como estaban de las impertinencias de Toribio. Toribio pataleó. Denigró de los ausentes. Echó la culpa a su madre. Y hasta amenazó con lanzarse desde el Obelisco.

El corazón me dice que me acordaré de Toribio el 3 de diciembre.