Vender un Presidente
Daniel Romero Pernalete
Chávez en afiches y en pancartas. Chávez en vallas y en murales. Chávez en franelas y en cachuchas. Chávez en los periódicos y en la web. Chávez en Playboy y en National Geographic… Chávez para todas las miradas.
Chávez en la palabra descerebrada del presidente de la Asamblea Nacional. En los arrebatos hormonales del gobernador Saab. En la pastosa verborrea del Fiscal General. En el discurso azucarado del Ministro de Información. En el chismorreo atiplado del Ministro Chacón. En el decir chabacano del gobernador de Carabobo.… Chávez para todos los oídos
Chávez en las patrullas del Alcalde Mayor. Chávez en los escolares del Ministro de Educación. Chávez en los portones de PDVSA. Chávez en las bolsitas de Mercal y en los almanaques de las Alcaldías... Chávez para todas las ovejas.
Dura es la campaña de mercadeo político para un artículo probadamente malo. Saturante es la publicidad para colocar un producto en proceso de descomposición. Evidente el desespero por venderlo diez millones de veces. Por mercadear una pócima barata que recetan para todo y que no cura nada.
El producto es ofrecido en distintas presentaciones. Para todos los gustos. En tabletas efervescentes para insultar adversarios. En jarabe edulcorado para cantar rancheras o para leer versos ramplones de su propia inspiración. En píldoras doradas para abrazar viejitas e infantes desasitidos. O en ampollas gigantes para inyectar odios por vía intravenosa.
Los mercaderes de Chávez ofrecen facilidades de pago. Lleve su limosna hoy y pague en diciembre. Consiga su crédito no reembolsable hoy y cancele en diciembre. Invada impunemente una finca o un apartamento hoy y pague en diciembre. El 3 de diciembre, más exactamente.
El producto tiene ciertas propiedades. Combate, con promesas reencauchadas, la acidez que producen las esperanzas frustradas. Alivia, con poses antiimperialistas, el dolor que causa la visión de un país en quiebra. Estimula, con doctrinas caducas, los afanes patrioteros de más de un correlón de débiles esfínteres.
La mercancía ofertada tiene su demanda externa. La compra la ignorancia ladina de Morales. La sibilina chulería de Kirchner. La euforia homicida de los Humala. El limosnerismo vergonzante de Tabaré. Y, en general, los bolsillos siempre abiertos de fanáticos y vividores de todo género y especie.
Pero el producto no es nuevo ni es bueno. Mucha gente lo sabe. Y sabe también que tiene fecha de vencimiento. Y conoce sus efectos secundarios de frustración y desesperanza. De corrupción y chantaje. De discriminación y abusos… El segmento del mercado que demanda el producto se ha venido encogiendo.
Se entiende el desespero oficial. Las piñatas bien surtidas y los cotillones milmillonarios. Las amenazas de irse que Chávez hace a sus seguidores. La amenaza de quedarse que hace a sus enemigos. Los dimes y los diretes entre las pulgas del mismo perro. La lucha teatralizada y ficticia contra corruptos de alto coturno.
Un buen gobernante no necesitaría tal parafernalia para reelegirse. Bastaría con voltear y mostrar resultados. Lo que, en el caso de Venezuela, es pedir demasiado.
Chávez en afiches y en pancartas. Chávez en vallas y en murales. Chávez en franelas y en cachuchas. Chávez en los periódicos y en la web. Chávez en Playboy y en National Geographic… Chávez para todas las miradas.
Chávez en la palabra descerebrada del presidente de la Asamblea Nacional. En los arrebatos hormonales del gobernador Saab. En la pastosa verborrea del Fiscal General. En el discurso azucarado del Ministro de Información. En el chismorreo atiplado del Ministro Chacón. En el decir chabacano del gobernador de Carabobo.… Chávez para todos los oídos
Chávez en las patrullas del Alcalde Mayor. Chávez en los escolares del Ministro de Educación. Chávez en los portones de PDVSA. Chávez en las bolsitas de Mercal y en los almanaques de las Alcaldías... Chávez para todas las ovejas.
Dura es la campaña de mercadeo político para un artículo probadamente malo. Saturante es la publicidad para colocar un producto en proceso de descomposición. Evidente el desespero por venderlo diez millones de veces. Por mercadear una pócima barata que recetan para todo y que no cura nada.
El producto es ofrecido en distintas presentaciones. Para todos los gustos. En tabletas efervescentes para insultar adversarios. En jarabe edulcorado para cantar rancheras o para leer versos ramplones de su propia inspiración. En píldoras doradas para abrazar viejitas e infantes desasitidos. O en ampollas gigantes para inyectar odios por vía intravenosa.
Los mercaderes de Chávez ofrecen facilidades de pago. Lleve su limosna hoy y pague en diciembre. Consiga su crédito no reembolsable hoy y cancele en diciembre. Invada impunemente una finca o un apartamento hoy y pague en diciembre. El 3 de diciembre, más exactamente.
El producto tiene ciertas propiedades. Combate, con promesas reencauchadas, la acidez que producen las esperanzas frustradas. Alivia, con poses antiimperialistas, el dolor que causa la visión de un país en quiebra. Estimula, con doctrinas caducas, los afanes patrioteros de más de un correlón de débiles esfínteres.
La mercancía ofertada tiene su demanda externa. La compra la ignorancia ladina de Morales. La sibilina chulería de Kirchner. La euforia homicida de los Humala. El limosnerismo vergonzante de Tabaré. Y, en general, los bolsillos siempre abiertos de fanáticos y vividores de todo género y especie.
Pero el producto no es nuevo ni es bueno. Mucha gente lo sabe. Y sabe también que tiene fecha de vencimiento. Y conoce sus efectos secundarios de frustración y desesperanza. De corrupción y chantaje. De discriminación y abusos… El segmento del mercado que demanda el producto se ha venido encogiendo.
Se entiende el desespero oficial. Las piñatas bien surtidas y los cotillones milmillonarios. Las amenazas de irse que Chávez hace a sus seguidores. La amenaza de quedarse que hace a sus enemigos. Los dimes y los diretes entre las pulgas del mismo perro. La lucha teatralizada y ficticia contra corruptos de alto coturno.
Un buen gobernante no necesitaría tal parafernalia para reelegirse. Bastaría con voltear y mostrar resultados. Lo que, en el caso de Venezuela, es pedir demasiado.
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Hasta la proxima
Oswaldo