Los aplausos del Presidente
Daniel Romero Pernalete
Cuando la incompetencia y el descaro se fusionan producen nauseabundos resultados. Cuando la desvergüenza y la ineptitud se juntan el cóctel es repulsivo. El pasado domingo vimos a Hugo Chávez aplaudir la caída del Viaducto 1. Como si tal cosa fuera motivo de júbilo. Siete años fue lapso suficiente para salvarlo o para sustituirlo. Pero nada se hizo. Cuando los síntomas se hicieron públicos ya era demasiado tarde. Le metieron real y sin embargo cedió. Pensaban implosionarlo y el viaducto se les adelantó. Demostraciones pretéritas y presentes de la entronización de la incapacidad y la negligencia.
Cayó el viaducto y hay que aplaudir. El gobierno no hizo lo que debía y hay que aplaudir. La caída del Viaducto le ahorra al gobierno la tarea de tumbarlo. El presidente ordena el aplauso. Y aplauden los borregos que lo acompañan. Y el presidente ríe. Y los gandules ríen con él ante el país entero.
Extraña lógica la del gobierno. Es como si un médico, habiendo descuidado al paciente, aplaudiera el suicidio del enfermo. Si así son las cosas, habría muchas otras razones para aplaudir. Habría que aplaudir a los pobres de siempre, a quienes el gobierno no ha atendido. Y a los nuevos pobres que el gobierno ha creado. Es decir, habría que aplaudir la incapacidad del gobierno para combatir la pobreza. Y si los pobres mueren de mengua, o a las puertas de un hospital, o a manos de algún delincuente…hay que aplaudir también. Porque ésto le ahorra trabajo al gobierno.
El gobierno de Chávez ha desollado la economía productiva, sembrado la desconfianza y bloqueado la generación de nuevos empleos. Hay que aplaudir esa torpeza. Y hay que dar vivas a la trocha de la economía informal. Así habrá menos gente que atender. Y hay que dar vivas a la fuga de talentos. Así habrá menos inteligencia con la cual lidiar.
La revolución de Chávez ha sido incapaz de atacar con seriedad el problema de la delincuencia. Hay que aplaudir. Y que arrecien los aplausos por los muertos que dejan los enfrentamientos entre bandas, los escuadrones de la muerte y la violencia carcelaria. Eso le evita al gobierno el esfuerzo de andar previniendo, persiguiendo o castigando el delito.
La política habitacional del gobierno de Chávez, cuyo estruendoso fracaso ha provocado humillaciones y destituciones públicas, sigue sin dar frutos. Hay que aplaudir. Y hay que aplaudir también si las lluvias arrastran casas y vidas, y si algunos malandros con cargos electivos promueven invasiones. Eso simplifica la labor de gobierno.
Y hay que aplaudir también a los niños que arriesgan su vida haciendo maromas en los semáforos porque el gobierno no ha podido atenderlos. Y hay que aplaudir el hambre y las limosnas. Y el deterioro de nuestras ciudades y de nuestras carreteras. Hay que aplaudir el desastre.
Yo me reservo mis mejores aplausos para cuando el gobierno, al igual que el Viaducto, se desplome. Se pulverice… Y por las mismas razones que mencionó Chávez: “por la presión del cerro”. En estricto sentido.
Cuando la incompetencia y el descaro se fusionan producen nauseabundos resultados. Cuando la desvergüenza y la ineptitud se juntan el cóctel es repulsivo. El pasado domingo vimos a Hugo Chávez aplaudir la caída del Viaducto 1. Como si tal cosa fuera motivo de júbilo. Siete años fue lapso suficiente para salvarlo o para sustituirlo. Pero nada se hizo. Cuando los síntomas se hicieron públicos ya era demasiado tarde. Le metieron real y sin embargo cedió. Pensaban implosionarlo y el viaducto se les adelantó. Demostraciones pretéritas y presentes de la entronización de la incapacidad y la negligencia.
Cayó el viaducto y hay que aplaudir. El gobierno no hizo lo que debía y hay que aplaudir. La caída del Viaducto le ahorra al gobierno la tarea de tumbarlo. El presidente ordena el aplauso. Y aplauden los borregos que lo acompañan. Y el presidente ríe. Y los gandules ríen con él ante el país entero.
Extraña lógica la del gobierno. Es como si un médico, habiendo descuidado al paciente, aplaudiera el suicidio del enfermo. Si así son las cosas, habría muchas otras razones para aplaudir. Habría que aplaudir a los pobres de siempre, a quienes el gobierno no ha atendido. Y a los nuevos pobres que el gobierno ha creado. Es decir, habría que aplaudir la incapacidad del gobierno para combatir la pobreza. Y si los pobres mueren de mengua, o a las puertas de un hospital, o a manos de algún delincuente…hay que aplaudir también. Porque ésto le ahorra trabajo al gobierno.
El gobierno de Chávez ha desollado la economía productiva, sembrado la desconfianza y bloqueado la generación de nuevos empleos. Hay que aplaudir esa torpeza. Y hay que dar vivas a la trocha de la economía informal. Así habrá menos gente que atender. Y hay que dar vivas a la fuga de talentos. Así habrá menos inteligencia con la cual lidiar.
La revolución de Chávez ha sido incapaz de atacar con seriedad el problema de la delincuencia. Hay que aplaudir. Y que arrecien los aplausos por los muertos que dejan los enfrentamientos entre bandas, los escuadrones de la muerte y la violencia carcelaria. Eso le evita al gobierno el esfuerzo de andar previniendo, persiguiendo o castigando el delito.
La política habitacional del gobierno de Chávez, cuyo estruendoso fracaso ha provocado humillaciones y destituciones públicas, sigue sin dar frutos. Hay que aplaudir. Y hay que aplaudir también si las lluvias arrastran casas y vidas, y si algunos malandros con cargos electivos promueven invasiones. Eso simplifica la labor de gobierno.
Y hay que aplaudir también a los niños que arriesgan su vida haciendo maromas en los semáforos porque el gobierno no ha podido atenderlos. Y hay que aplaudir el hambre y las limosnas. Y el deterioro de nuestras ciudades y de nuestras carreteras. Hay que aplaudir el desastre.
Yo me reservo mis mejores aplausos para cuando el gobierno, al igual que el Viaducto, se desplome. Se pulverice… Y por las mismas razones que mencionó Chávez: “por la presión del cerro”. En estricto sentido.
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