La conspiración
Daniel Romero Pernalete
Hay una conspiración en marcha contra la democracia en Venezuela. Desde hace rato. Pero su epicentro no está en los cuarteles. Ni en alguna embajada. Ni está patrocinada por la CIA... Su nido está en Miraflores. Y el promotor tiene nombre y apellido: Hugo Chávez. La mafia conspiradora está atrincherada en la cima de los poderes públicos. En el Consejo Nacional Electoral. En la Asamblea Nacional. En el Tribunal Supremo de Justicia. En la cúpula de la Fuerza Armada. Y en el alto gobierno, por supuesto.
La conspiración se ha encargado de prostituir el procedimiento esencial de la democracia: el voto. Lo ha convertido en un mecanismo fraudulento para el enquistamiento en el poder de una élite de incapaces, camorreros y narcisistas. Lo ha usado como una herramienta de control y humillación para quienes dependen del gobierno, de sus limosnas, de sus quincenas, de sus contratos. Lo ha transformado en un cascarón sin yema... La gente lo percibió. Eso fue minando su entusiasmo electoral. El descreimiento ciudadano creció con cada nueva burla de los conspiradores. El voto dejó de ser expresión democrática. Fue degradado a simple acto ritual de adoración al Autócrata.
La lista de conspiradores es larga y variopinta. La encabeza, obviamente, el propio Hugo Chávez. El Padrino. Jefe absoluto de su mafia, Chávez ha puesto de rodillas a todos los poderes. Los ha colocado al servicio de sus caprichos calenturientos. Personalmente ha planificado, organizado, dirigido y controlado el asalto a la democracia. La cubanización del voto. La activación, por ejemplo, de entes públicas como comandos electorales y la participación descarada de funcionarios de toda jerarquía en la campaña electoral son una flagrante violación al Artículo 145 de la Constitución Nacional. El mismo que establece que los funcionarios públicos están al servicio del Estado y no de parcialidad alguna. Las amenazas y el chantaje desenfundados contra funcionarios y beneficiarios del gobierno son un atentado a la libertad de sufragio garantizada en el Artículo 63 de la Carta Magna. Todo esto ambientado en la consuetudinaria violación del Artículo 236 que obliga al presidente a cumplir y hacer cumplir la Constitución y la ley.
De la conspiración forma parte el Consejo Nacional Electoral, más asistente del gobierno que árbitro del proceso. Su Registro de votantes infectado, sus delatoras captahuellas, sus tramposos cuadernos electrónicos, sus perversas migraciones, su silencio ante los delitos electorales que comete el Ejecutivo en todos sus niveles, constituyen un atropello múltiple a la Ley del Sufragio. Y una burla al derecho al sufragio, y al secreto del voto, consagrados en el Artículo 63 antes citado. Y un irrespeto al Artículo 294 de la Constitución, que impone la imparcialidad del organismo electoral.
La Asamblea Nacional también hace parte de la conspiración. Su negativa a designar un CNE como lo establece el Artículo 296 de la Constitución la convierte en colaborador estelar de este crimen de lesa democracia. El carácter írrito del CNE, su aberrante parcialización, ha alimentado la desconfianza de la gente. La ha alejado de las urnas.
El Tribunal Supremo de Justicia, haciendo caso omiso al Artículo 335, que le asigna el papel de garante de la constitucionalidad, ha defecado sobre el Artículo 63 de la propia Constitución cuando avala el mecanismo delincuente de las morochas, pasando por encima del principio de la representación proporcional que garantiza el varias veces citado Artículo 63.
La conspiración tiene un último elemento: La Fuerza Armada Nacional. El alto mando ha observado con beneplácito, cuando no ha usufructuado de ellos, los delitos electorales de los poderes públicos. La partidización evidente y pública del alto mando militar constituye una desviación de la norma contenida en el Artículo 328 de la Constitución. El que sostiene que la Fuerza Armada está al servicio exclusivo de la Nación, y en ningún caso al de personas o parcialidad política alguna.
Atragantados de poder, los conspiradores han exprimido demasiado la naranja. Tanto, que el jugo ya comienza a amargar. Espontáneamente se fue conformando una nueva mayoría. La misma mayoría que algunos intentaron construir desde su participación en el bochinche electoral. Una mayoría que se niega concientemente a votar. Una mayoría que, sin embargo, no es enemiga del voto, sino del fraude. De la trampa. Del abuso. Del cinismo.
Los principales partidos políticos de oposición, los que cuentan, empujados por el sentir mayoritario de la gente, ha abandonado la contienda. Un gesto tardío, pero reivindicante. Que abre cauces al reencuentro opositor... La farsa electorera está tocando fondo. El telón ha empezado a caer. Las máscaras se están derritiendo. La tarima ha comenzado a tambalearse. Uno siente que algo está naciendo... Amanecerá y veremos.
02.12.05
Hay una conspiración en marcha contra la democracia en Venezuela. Desde hace rato. Pero su epicentro no está en los cuarteles. Ni en alguna embajada. Ni está patrocinada por la CIA... Su nido está en Miraflores. Y el promotor tiene nombre y apellido: Hugo Chávez. La mafia conspiradora está atrincherada en la cima de los poderes públicos. En el Consejo Nacional Electoral. En la Asamblea Nacional. En el Tribunal Supremo de Justicia. En la cúpula de la Fuerza Armada. Y en el alto gobierno, por supuesto.
La conspiración se ha encargado de prostituir el procedimiento esencial de la democracia: el voto. Lo ha convertido en un mecanismo fraudulento para el enquistamiento en el poder de una élite de incapaces, camorreros y narcisistas. Lo ha usado como una herramienta de control y humillación para quienes dependen del gobierno, de sus limosnas, de sus quincenas, de sus contratos. Lo ha transformado en un cascarón sin yema... La gente lo percibió. Eso fue minando su entusiasmo electoral. El descreimiento ciudadano creció con cada nueva burla de los conspiradores. El voto dejó de ser expresión democrática. Fue degradado a simple acto ritual de adoración al Autócrata.
La lista de conspiradores es larga y variopinta. La encabeza, obviamente, el propio Hugo Chávez. El Padrino. Jefe absoluto de su mafia, Chávez ha puesto de rodillas a todos los poderes. Los ha colocado al servicio de sus caprichos calenturientos. Personalmente ha planificado, organizado, dirigido y controlado el asalto a la democracia. La cubanización del voto. La activación, por ejemplo, de entes públicas como comandos electorales y la participación descarada de funcionarios de toda jerarquía en la campaña electoral son una flagrante violación al Artículo 145 de la Constitución Nacional. El mismo que establece que los funcionarios públicos están al servicio del Estado y no de parcialidad alguna. Las amenazas y el chantaje desenfundados contra funcionarios y beneficiarios del gobierno son un atentado a la libertad de sufragio garantizada en el Artículo 63 de la Carta Magna. Todo esto ambientado en la consuetudinaria violación del Artículo 236 que obliga al presidente a cumplir y hacer cumplir la Constitución y la ley.
De la conspiración forma parte el Consejo Nacional Electoral, más asistente del gobierno que árbitro del proceso. Su Registro de votantes infectado, sus delatoras captahuellas, sus tramposos cuadernos electrónicos, sus perversas migraciones, su silencio ante los delitos electorales que comete el Ejecutivo en todos sus niveles, constituyen un atropello múltiple a la Ley del Sufragio. Y una burla al derecho al sufragio, y al secreto del voto, consagrados en el Artículo 63 antes citado. Y un irrespeto al Artículo 294 de la Constitución, que impone la imparcialidad del organismo electoral.
La Asamblea Nacional también hace parte de la conspiración. Su negativa a designar un CNE como lo establece el Artículo 296 de la Constitución la convierte en colaborador estelar de este crimen de lesa democracia. El carácter írrito del CNE, su aberrante parcialización, ha alimentado la desconfianza de la gente. La ha alejado de las urnas.
El Tribunal Supremo de Justicia, haciendo caso omiso al Artículo 335, que le asigna el papel de garante de la constitucionalidad, ha defecado sobre el Artículo 63 de la propia Constitución cuando avala el mecanismo delincuente de las morochas, pasando por encima del principio de la representación proporcional que garantiza el varias veces citado Artículo 63.
La conspiración tiene un último elemento: La Fuerza Armada Nacional. El alto mando ha observado con beneplácito, cuando no ha usufructuado de ellos, los delitos electorales de los poderes públicos. La partidización evidente y pública del alto mando militar constituye una desviación de la norma contenida en el Artículo 328 de la Constitución. El que sostiene que la Fuerza Armada está al servicio exclusivo de la Nación, y en ningún caso al de personas o parcialidad política alguna.
Atragantados de poder, los conspiradores han exprimido demasiado la naranja. Tanto, que el jugo ya comienza a amargar. Espontáneamente se fue conformando una nueva mayoría. La misma mayoría que algunos intentaron construir desde su participación en el bochinche electoral. Una mayoría que se niega concientemente a votar. Una mayoría que, sin embargo, no es enemiga del voto, sino del fraude. De la trampa. Del abuso. Del cinismo.
Los principales partidos políticos de oposición, los que cuentan, empujados por el sentir mayoritario de la gente, ha abandonado la contienda. Un gesto tardío, pero reivindicante. Que abre cauces al reencuentro opositor... La farsa electorera está tocando fondo. El telón ha empezado a caer. Las máscaras se están derritiendo. La tarima ha comenzado a tambalearse. Uno siente que algo está naciendo... Amanecerá y veremos.
02.12.05
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