¡Y DALE CON LA ABSTENCIÓN!
¡Y DALE CON LA ABSTENCIÓN!
Daniel Romero Pernalete
Juro que no quería escribir más sobre el tema. Pero ataque obliga. Dos acusaciones se han renovado últimamente contra quienes hemos manifestado la intención de no votar. Falsas ambas, en mi inmodesta opinión.
Uno de esos argumentos afirma que no creemos en la democracia quienes no asistamos a las votaciones del 7 de Agosto. Pienso que votar o abstenerse no tiene relación necesaria con creer o no creer en la democracia. No niego que entre los abstencionista haya algunos que no creen en ella. Esto es perfectamente posible. La democracia concede libertad hasta para negarla. Pero, pienso en voz alta, la gran mayoría de quienes nos abstendremos lo haremos a conciencia. Por dos razones esenciales.
La primera razón para abstenerse es principista: la democracia es mucho más que elecciones. Es el respeto a un conjunto de principios, valores, derechos y garantías que este gobierno ha venido vulnerando impunemente. No creo que la abundancia de elecciones signifique más democracia. Como no creo en el catolicismo de esas personas que domingo a domingo van a misa y el resto de la semana olvidan el ejercicio de las virtudes cristianas.
La otra razón es práctica. No voy a cometer el abuso de enumerar las ya tan comentadas irregularidades en las que está incurso el árbitro electoral. Desde la ilegitimidad de su origen hasta la elaboración de un Registro Electoral caprichosamente sesgado. Me limitaré a una comparación. Colocar el voto en manos del actual CNE es como poner gallinas bajo cuidado de zorro. Algunos han señalado que esa no puede ser excusa para no ir a votar. Que eso siempre ha sido así. Talvez tengan razón. Pero nunca el zorro fue tan bandido y tuvo tanta hambre. Ni las gallinas en resguardo eran tantas y tan gordas. Estamos jugándonos cosas de alto valor, como más adelante quedará dicho.
Entonces, una alta proporción de los abstencionista sí creemos en la democracia. Creemos en el voto como mecanismo de relevo gubernamental a cualquier nivel. Pero creemos en un voto que se respete. Expresado en un marco político de efectiva democracia. Si no, el voto es una estafa. Una engañifa. Y ya la gente está ahíta de circo.
El otro argumento es que la abstención en las elecciones municipales y parroquiales siempre ha sido alta. Y que cualquier excedente sobre ese ausentismo histórico será pequeño. De lo cual se deduce que el impacto del llamado a no votar es mínimo. En las actuales circunstancias, tal cosa no es cierta. Básicamente porque tenemos un electorado sumamente sensibilizado. En uno o en otro sector. Creo que son muy pocos los que no van a votar porque no les interese lo que pasa en el país.
Pero hay un componente adicional. Crucial. El gobierno está interesado en que la gente vote. Necesita, fronteras afuera, que el electorado vaya a la cita. Por eso ha desplegado una agresiva campaña para estimular la asistencia a las urnas. Y tiene mil y un mecanismos para presionar a la gente. Sobre todo a quienes reciben limosnas del gobierno en cualquiera de sus denominaciones. Todos sabemos, por lo demás, que el sector afecto al oficialismo vota por quien Chávez diga, sin importar nombres ni historiales. El mismo Diosdado Cabello lo ha confesado, en su propio caso.
De tal forma que estas elecciones son, en buena medida, un termómetro para medir el verdadero arrastre del Caudillo. Los votos que sume el oficialismo en todas sus versiones nos dirán hasta donde llega la voz de mando de Hugo Chávez. De manera que una buena lectura de los resultados del 7 de Agosto no tendría que comparar la abstención de ese día con la abstención histórica, sino la cuantía del voto chavista con el porcentaje de apoyo que las encuestas le atribuyen al Presidente. Y él lo sabe. Y lo saben los suyos. Lo sabe Jorge Rodríguez, y quizás por eso se adelantó a fijar en 28% el nivel de abstención. Esta poco creíble cifra ha sido elevada al 50% por William Lara. Este porcentaje todavía es grosero.
Uno pone la oreja en el piso y escucha el tropel de una nueva burla. Los rufianes manejan máquinas y sistemas. Y, como lo han demostrado, hacen con ellos lo que les da la gana. La marcada ausencia de votantes en las mesas electorales podría ser un buen instrumento para desmentir cifras oficiales. Pienso yo.
26.07.05
Daniel Romero Pernalete
Juro que no quería escribir más sobre el tema. Pero ataque obliga. Dos acusaciones se han renovado últimamente contra quienes hemos manifestado la intención de no votar. Falsas ambas, en mi inmodesta opinión.
Uno de esos argumentos afirma que no creemos en la democracia quienes no asistamos a las votaciones del 7 de Agosto. Pienso que votar o abstenerse no tiene relación necesaria con creer o no creer en la democracia. No niego que entre los abstencionista haya algunos que no creen en ella. Esto es perfectamente posible. La democracia concede libertad hasta para negarla. Pero, pienso en voz alta, la gran mayoría de quienes nos abstendremos lo haremos a conciencia. Por dos razones esenciales.
La primera razón para abstenerse es principista: la democracia es mucho más que elecciones. Es el respeto a un conjunto de principios, valores, derechos y garantías que este gobierno ha venido vulnerando impunemente. No creo que la abundancia de elecciones signifique más democracia. Como no creo en el catolicismo de esas personas que domingo a domingo van a misa y el resto de la semana olvidan el ejercicio de las virtudes cristianas.
La otra razón es práctica. No voy a cometer el abuso de enumerar las ya tan comentadas irregularidades en las que está incurso el árbitro electoral. Desde la ilegitimidad de su origen hasta la elaboración de un Registro Electoral caprichosamente sesgado. Me limitaré a una comparación. Colocar el voto en manos del actual CNE es como poner gallinas bajo cuidado de zorro. Algunos han señalado que esa no puede ser excusa para no ir a votar. Que eso siempre ha sido así. Talvez tengan razón. Pero nunca el zorro fue tan bandido y tuvo tanta hambre. Ni las gallinas en resguardo eran tantas y tan gordas. Estamos jugándonos cosas de alto valor, como más adelante quedará dicho.
Entonces, una alta proporción de los abstencionista sí creemos en la democracia. Creemos en el voto como mecanismo de relevo gubernamental a cualquier nivel. Pero creemos en un voto que se respete. Expresado en un marco político de efectiva democracia. Si no, el voto es una estafa. Una engañifa. Y ya la gente está ahíta de circo.
El otro argumento es que la abstención en las elecciones municipales y parroquiales siempre ha sido alta. Y que cualquier excedente sobre ese ausentismo histórico será pequeño. De lo cual se deduce que el impacto del llamado a no votar es mínimo. En las actuales circunstancias, tal cosa no es cierta. Básicamente porque tenemos un electorado sumamente sensibilizado. En uno o en otro sector. Creo que son muy pocos los que no van a votar porque no les interese lo que pasa en el país.
Pero hay un componente adicional. Crucial. El gobierno está interesado en que la gente vote. Necesita, fronteras afuera, que el electorado vaya a la cita. Por eso ha desplegado una agresiva campaña para estimular la asistencia a las urnas. Y tiene mil y un mecanismos para presionar a la gente. Sobre todo a quienes reciben limosnas del gobierno en cualquiera de sus denominaciones. Todos sabemos, por lo demás, que el sector afecto al oficialismo vota por quien Chávez diga, sin importar nombres ni historiales. El mismo Diosdado Cabello lo ha confesado, en su propio caso.
De tal forma que estas elecciones son, en buena medida, un termómetro para medir el verdadero arrastre del Caudillo. Los votos que sume el oficialismo en todas sus versiones nos dirán hasta donde llega la voz de mando de Hugo Chávez. De manera que una buena lectura de los resultados del 7 de Agosto no tendría que comparar la abstención de ese día con la abstención histórica, sino la cuantía del voto chavista con el porcentaje de apoyo que las encuestas le atribuyen al Presidente. Y él lo sabe. Y lo saben los suyos. Lo sabe Jorge Rodríguez, y quizás por eso se adelantó a fijar en 28% el nivel de abstención. Esta poco creíble cifra ha sido elevada al 50% por William Lara. Este porcentaje todavía es grosero.
Uno pone la oreja en el piso y escucha el tropel de una nueva burla. Los rufianes manejan máquinas y sistemas. Y, como lo han demostrado, hacen con ellos lo que les da la gana. La marcada ausencia de votantes en las mesas electorales podría ser un buen instrumento para desmentir cifras oficiales. Pienso yo.
26.07.05
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